De la cárcel de A Lama al estrado

E. V. PITa VIGO / LA VOZ

FIRMAS

Un expresidiario se licencia en Derecho y aprende a ser abogado en Vigo

12 abr 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Manuel Estévez Molares, un exmaquinista de Renfe de 53 años, exprimió bien sus seis años en la soledad de su celda. Este preso vigués se acostaba a las ocho de la tarde, se despertaba a las tres de la madrugada y empollaba cuatro horas sus libros de Derecho tumbado en su litera hasta el alba. Luego, subía a desayunar y trabajar en la panadería o lavandería de la penitenciaría de A Lama. «Quería aprovechar mi tiempo en prisión y me matriculé, pero nunca creí que iba a acabar», comenta.

Sacó una de las carreras más duras de la UNED curso por curso. Un profesor lo visitaba para examinarlo. Un día, el director de A Lama entró en su celda y se topó con montañas de apuntes y lecciones que le enviaban sus profesores. Con el tiempo, el estudiante aplicado se ganó el apodo de el Abogado porque arregló gratis 400 escritos burocráticos a sus compañeros. «Sobre permisos carcelarios, sé algo», bromea.

Examen de Tributario

Su último examen fue de Tributario y lo preparó contra reloj con ayuda de otro preso experto en derecho fiscal que le explicó el IVA. Como era uno de los últimos alumnos matriculados en el plan viejo, si no aprobaba esa asignatura y otra, tendría que cambiarse al programa de Bolonia y estudiar un máster de dos años. Obtuvo permiso para ir a examinarse a Madrid y aprobó. «Un cinco raspado, pero el profesor vio que yo entendía el concepto global», dijo. Para el Prácticum de Penal no necesitó poner codos. «De eso, lo sé todo», bromea.

El 23 de enero, Manuel Estévez obtuvo el tercer grado y salió de la penitenciaría de A Lama en libertad condicional y con el título bajo el brazo. Recién licenciado, ha cambiado el banquillo por el banco del público y sueña con subir al estrado. Asiste desde hace dos meses como oyente a los juicios en los juzgados de Vigo para aprender el oficio de abogado. Hace por libre lo mismo que los estudiantes de la Escuela de Práctica Jurídica. Al final de cada vista, aborda a los letrados y les consulta sus dudas o comenta los gestos del juez, el discurso del magistrado o la estrategia del fiscal.

Un amigo prejubilado que siempre lo acompaña a ver juicios asegura que, tras asistir a una reciente vista en la Audiencia en Vigo, vaticinó la sentencia y acertó de pleno. «Soy una persona muy analítica», explica.

Ahora le preocupa su futuro, ya que ya no puede volver al oficio de maquinista. El dinero que percibirá del subsidio del paro va a invertirlo en pagar la cuota mensual del Colegio de Abogados. Pero primero debe pelear para que la Abogacía lo admita como miembro, pues para colegiarse hay que presentar un certificado de que está limpio de antecedentes penales. «Lo piden, pero el ingreso queda a valoración del colegio», razona. Por ello confía en ejercer. «Me da miedo defender a alguien, oigo hablar a los letrados en los juicios y pienso que nunca voy a alcanzar su nivel», admite. Su amigo lo anima y le recuerda que labia no le falta, pues fue tertuliano en un programa de radio de la prisión.

Veintiún años de maquinista

Estévez trabajó como maquinista de ferrocarril 21 años, incluida la línea A Coruña-Vigo. Entre el 2001 y el 2006 acumuló dos causas por delitos contra la salud pública. La Audiencia de Pontevedra lo condenó a nueve años, reducidos a seis por el tercer grado y gracias a que se enteró de reformas legales. «La libertad es saber adaptarse», dice.

Se despertaba a las tres de la madrugada y estudiaba cuatro horas en su celda