«Siempre pensé que me moriría antes que mi mujer; le había hecho un guion»

Pablo Portabales
pablo portabales A CORUÑA / LA VOZ

PONTEDEUME

césar quian

A sus 91 años, narra en Facebook cómo es su vida sin su querida Fifí

14 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Tiene 91 años. «Estoy bien. Cada seis u ocho meses voy al cardiólogo y siempre me dice que tengo el corazón de un chaval», confiesa Antonio Abeijón Fábregas, al que casi todo el mundo llama Ton o Abeijón. «Antonio casi nadie», asegura este voluntario vocacional que enviudó hace unas semanas tras 64 años de matrimonio. Utiliza el Facebook para contar cómo es la vida sin su querida Fifí, que tenía 86 años cuando falleció. «Siempre pensé que me moriría antes que mi mujer. Hasta le había hecho un guion de lo que tenía que hacer cuando yo no estuviese». El lunes, por ejemplo, inspirado en Antonio Machado, escribió: Anoche cuando dormía soñé bendita ilusión... Que el tándem permanecía y era el de Fifí y Ton. En un jardín sonriente y en una cristalina fuente mirándonos a los ojos, estábamos ambos los dos. Tú me decías Tonciño, yo te amaré mientras viva y yo lo decía Fifí tú eres el Sol de mi vida. Y en una tranquila calma, amándonos con pasión, vivimos un bello sueño porque era un sueño de amor... Bendita virtualidad que nos hace ver visiones, que nos endulza el descanso con promesas, sin razones. Pues el permanecer unidos en la vida y en la muerte, es un designio divino, no es un albur de la suerte. «Estoy solo, pero me valgo bien. O boi solo ben se lambe. Durante los últimos años me dediqué a cuidar a Fifi y apenas podía salir. Lo peor ahora es cuando llegas a casa. Desde las seis de la tarde hasta que te metes en la cama. Es muy duro», relata.

Charlamos en el salón de su domicilio en Fernando Macías. Es la casa-museo Abeijón. Las estanterías, los muebles, las mesas están llenas de fotos, objetos varios, libros, recortes de prensa... «Soy un poco desordenado. Nunca fui capaz de tener la mesa de trabajo en orden», comenta mientras me muestra una sala-despecho atestada de libros y donde está enchufado el ordenador en el que teclea su soledad. Nació en Ferrol. Su padre, militar, fue destinado a Zaragoza cuando Ton tenía 14 años. Una década después se decantó por la posibilidad de trabajar en As Pontes, en la empresa Calvo Sotelo, más adelante Endesa. «Fui uno de los pioneros en seguridad en el trabajo», recuerda. Se jubiló a los 60 y, en 1986, se instaló con su mujer, natural de Pontedeume, en el piso en el que hablamos. Siempre colaboró con Cruz Roja. «Hice de todo. Empecé como relaciones públicas y acabé siendo presidente provincial durante ocho años. Cesé voluntariamente pero sigo formando parte del patronato de Crefat (Fundación para la atención a las Toxicomanías de Cruz Roja)». Se levanta y busca por el salón una foto en la que se le ve saludando a la Reina Sofía. «En otoño espero tener una con Letizia».

Melena al viento

Es el voluntario total. Miembro de la Real Orden de Caballeros de María Pita, de las asociaciones de amigos de la Orquesta Sinfónica de Galicia, Museo de Belas Artes, Casa de las Ciencias... Me enseña el último libro de Moncho Núñez dedicado. «Siempre tuve una vida activa. No cobré nunca nada. Es mi orgullo», dice Abeijón, que cree que para ser voluntario solo hace falta «voluntad». Se define como una persona fiel y solidaria. «Un tío serio. No ando con coñas». Anda inmerso en la corrección de textos que fue escribiendo y que espera que algún día se conviertan en un libro. «Me sigue gustando escribir», comenta, y me regala una publicación en la que firma un reportaje sobre la iglesia de Dexo. Conserva una cabellera envidiable. «El pelo es mi seña de identidad. Es como un sello. Decían que me parecía a José Barea», asegura. «Ser mayor tiene una cosa buena. La gente se para a apreciarte. Te lo demuestran más», sentencia. Nos despedimos. Ton se queda solo en una casa donde todo recuerda a Fifí.