La colonia venezolana de Ortigueira

ANA F. CUBA ORTIGUEIRA

ORTIGUEIRA

JOSÉ PARDO

Nietos de orteganos que emigraron huyendo de la pobreza buscan ahora un futuro en la tierra de sus abuelos

09 oct 2016 . Actualizado a las 23:11 h.

Sus abuelos emigraron a Venezuela huyendo de la miseria y la represión de la posguerra y ellos escapan ahora «de la inseguridad y la escasez» del país latinoamericano donde nacieron, en busca de un porvenir en la tierra de origen de sus ascendientes. Los nietos de emigrantes orteganos como Domitila Vidal, vecina de Espasante de 98 años que dejó su pueblo en 1955 y regresó en 1983, componen, junto a sus parejas, la joven colonia venezolana de Ortigueira. Stefani Vidal, de 28 años, sus padres y su marido, Franller Briseño, de 24, tardaron un año en conseguir cuatro pasajes para viajar juntos a Galicia.

«La crisis económica [la inflación supera el 700 %], social y política es terrible, y la inseguridad, la sensación permanente de peligro. La situación ha empeorado desde que nos marchamos, hace dos años y tres meses», asevera Stefani. «Mis hermanas se vinieron de Caracas hace 12 años, habían firmado por la renuncia de Hugo Chávez [que llevó al referendo revocatorio de 2004, que ganó el presidente], y si estabas en esa lista [Tascón] te vetaban para cualquier empleo público», cuenta. Desde hace siete meses, Franller, pendiente de obtener el NIE (número de identidad de extranjeros), atiende A Taberna de O Viso, y Stefani le ayuda mientras trata de convalidar el grado de ingeniería de sistemas.

Ayuda de los parientes gallegos

Arturo Santos, caraqueño de 25 años, lleva seis meses en Ortigueira, de donde proviene toda su familia materna (su abuela continúa en Venezuela), y sabe de la odisea que representa homologar el título universitario, igual que su mujer, Joana Trincado (se casaron en agosto en la villa ortegana), también farmacéutica, conoce bien la lenta tramitación del NIE. «La experiencia es muy buena», sentencia Arturo, aunque «el cambio es difícil». «Llegas con el trauma de allá, de que no puedes salir solo a la calle, cualquier persona con la que te cruzas es sospechosa... Era un miedo que teníamos», reconoce.

Su salario mensual como profesor universitario rondaba los 16 euros (al cambio, por la devaluación continua del bolívar). «Mi mujer trabajaba en una farmacia, pero no nos alcanzaba para pensar en tener casa y mucho menos en pagar una boda», señala. De los 70 graduados de su promoción, «al menos 30 ya están en Argentina, Chile, Panamá o México». «Al tener la doble nacionalidad, decidimos probar suerte en España, en Ortigueira tenemos casa y la familia paga los gastos de mantenimiento, gracias a eso hemos podido venir», detalla. Arturo trabaja en una farmacia de Ferrol y Joana realiza prácticas en una de Ortigueira -«es un favor que nos hacen, porque a mi abuelo lo conoce todo el mundo»-. La abuela paterna de Patricia Castro, de 25 años, es de Cuíña (planea retornar en breve), y su abuelo era de Couzadoiro. Esta graduada en Derecho y su marido, Luis Jiménez, dejaron su país en noviembre, «por la situación de inseguridad» y la falta de expectativas para «una pareja joven, que sabe que no va a poder comprarse casa, ni coche... Y así difícilmente «puedes formar una familia».

Faltan alimentos y medicinas

«El dinero no te alcanza y si lo tienes no hay pan en la panadería, haces colas de diez horas en el súper y cuando te toca no queda lo que necesitas», relata Patricia. Ni alimentos, ni medicinas, la carencia «más grave» que todos señalan. Luis está al frente de la cafetería de la piscina de Ortigueira desde hace una semana y Patricia le echa una mano y trabaja en el bar del centro social. «La acogida ha sido muy buena, los primeros meses nos ayudó un primo de mi padre», agradece.

Patricia habla de «generación perdida», sin visos de cambio real «hasta dentro de diez o veinte años», «ni por las buenas ni por las malas», apostilla Arturo. Todos añoran «el calor humano» de familiares y amigos -«la preocupación por ellos es constante», apunta Stefani, triste «porque tanta escasez ha vuelto a la sociedad venezolana más intolerante y egoísta»-. Aquí valoran, sobre todo, «la tranquilidad», que en Venezuela «tampoco hay en las aldeas», indica Franller; se quejan del transporte público y combaten la morriña juntándose (hay varias parejas más) para conversar y compartir arepas, empanadas y patacones.