Sara Malmir: «Aquí hace falta poco para ser feliz»

beatriz antón FERROL / LA VOZ

FERROL CIUDAD

JOSE PARDO

Ni la comida, ni el paisaje, ni la arquitectura. Lo que más le gusta a esta iraní de su patria adoptiva es que «la gente sabe disfrutar de las pequeñas cosas de la vida»

23 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Mientras a muchos jóvenes investigadores españoles no les queda más remedio que hacer las maletas y emigrar al extranjero, hay otros muchos cerebros foráneos que hacen el camino a la inversa. Es el caso de Sara Malmir, una ingeniera de polímeros iraní que hace ya dos años y medio abandonó su país para hacer el doctorado y la tesis en la Escuela Politécnica de Serantes. «Después de estudiar la carrera, estuve cinco años trabajando en Teherán, pero tenía muchas ganas de volver a la universidad, porque a mí siempre me ha gustado mucho investigar, estudiar, así que me puse a buscar posibles sitios en los que hacer mi doctorado», comenta una ingeniera que ya desde niña brilló como una alumna sobresaliente.

Sara asegura que en aquella decisión tuvo mucho que ver su marido, Shahrouz Houshmandad, un informático de mentalidad abierta que desde el primer momento la animó a perseguir sus sueños. Un tipo de hombre poco común en un país como Irán, donde el velo está impuesto por ley y las mujeres necesitan el permiso de sus maridos para poder viajar más allá de sus fronteras. «Él siempre me animó, incluso cuando yo tuve dudas y pensé en cancelarlo todo», dice Malmir con cariño hacia su pareja, de quien se tuvo que separar para poder vivir su aventura académica en el extranjero.

Con la decisión ya tomada, esta mujer de exótica belleza persa comenzó a buscar oportunidades por toda Europa e incluso en Australia, pero al final se decantó por Ferrol. ¿Por qué la Politécnica de Serantes? «Aquí me ofrecían un contrato de trabajo y además la vida en Ferrol es más barata que una gran ciudad».

Aunque reconoce que al principio la adaptación no fue nada fácil -porque llegó sin saber ni palabra de español y añoraba mucho a su marido-, Malmir no tardó en integrarse. Poco a poco fue construyendo una gran «familia» compuesta por sus compañeros del campus, los amigos del gimnasio Sport Club and Fitness y sus propios vecinos. «En todo este tiempo he tenido dos caseras, Pilar y Fifi, y las dos me han tratado como a una hija», dice esta ferrolana de adopción que al principio vivió en la calle María y ahora tiene su hogar en la calle Real.

De su ciudad de acogida, a Malmir le gusta el verde de su paisaje, la lluvia que lo alimenta y también la tranquilidad que se respira en sus calles frente al caótico tráfico y bullicio de Teherán. «A veces me da la impresión de que vivo en una aldea, como cuando salgo de la escuela y escucho cacarear a las gallinas», dice entre risas. Pero no fue eso lo que más le impresionó de su patria de adopción. «Poco a poco, mis amigos me hicieron ver que aquí hace falta poco para ser feliz. La gente disfruta muchísimo de las pequeñas cosas de la vida, de ir a la playa o reunirse con la familia y no necesita tener un gran sueldo o una gran casa para ser feliz. En Irán esto no es así: allí la gente cree que para ser feliz hay que tener muchas cosas y llevar una vida de lujo», reflexiona en voz alta Malmir.

Llega el momento de la despedida, pero Sara no quiere decir adiós sin tener antes unas palabras de agradecimiento para sus profesores: Luis Barral, el director del laboratorio de Polímeros -«porque él me dio la oportunidad de iniciar mi camino en España»-, y Rebeca Bouza, por la «energía positiva» y el «apoyo» que siempre le ha prestado para desarrollar su trabajo.

El contrato de Malmir finaliza en octubre. Pero a ella no le gustaría dejar de ser gallega de adopción. «Mis raíces siempre estarán en Irán, pero aquí he descubierto un estilo de vida que me gusta. Lo que no quiero es seguir más tiempo separada de mi marido, así que el plan es que ambos podamos encontrar trabajo para quedarnos aquí».