Tango del recuerdo

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

09 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Está cantando el coro y ella nos está mirando con una emoción contenida que ilumina su cara. Es una señora mayor, octogenaria, pero con unos rasgos nobles y serenos que nos remiten a la mujer bella que debió de ser en otros tiempos. Está sentada, en segunda fila, contemplando la actuación de este coro de la Universidad Sénior de Ferrol, del que formo parte con satisfacción, pues entre otras virtudes, tiene la de ser solidario prestando un poco de atención y compañía a quienes las necesitan.

Por eso en esta tarde de sábado estamos cantando en un geriátrico con la intención de animar con nuestra presencia y con nuestra música a los mayores, que nos escuchan agradecidos. Para ellos hoy es un día distinto, más alegre y animado, porque ven gente nueva y recuerdan canciones que les son familiares. Para nosotros, los cuarenta miembros del coro, que por edad estamos más cerca de ellos que de las generaciones jóvenes, es una satisfacción poder ayudarlos, tenderles una mano solidaria en esta etapa complicada de la vida. Hay acciones de las que uno puede sentirse satisfecho. En nuestro caso, esta es una de ellas.

La señora en la que me he fijado es de las que, sin duda, nuestras canciones le evocan mundos de otros tiempos. Su cara se ha iluminado y sus labios acompañan la letra de este tango, Sur, que estamos cantando. Lo conoce, quizá se sabe la letra, seguramente le traiga recuerdos, que por la expresión serena de su rostro, deben ser agradables. Es un tango muy bonito, emotivo como todos los tangos, de los que Torrente Ballester, gran conocedor del tema, decía que fusionaban a la perfección estética literaria y filosofía existencialista. En el momento en que las sopranos estilizan la melodía y los bajos contrapuntean con gravedad, y el coro se recrea en la ternura de la letra, y la música favorece el vuelo de la imaginación, los labios de la señora, siguiendo el compás de la canción, bisbisean con seguridad: Tu melena de novia en el recuerdo/ y tu nombre florando en el adiós./La esquina del herrero, barro y pampa,/ tu casa, tu vereda y el zanjón,/ y un perfume de yuyos y de alfalfa /que me llena de nuevo el corazón. Y nos sonríe complacida mientras sus sentimientos se reflejan en la mirada sonriente con que nos agradece el momento.

La cara de la señora y la música del tango le dieron alas a mis recuerdos, que me trajeron muy viva la imagen de Rosa, una costurera que venía a coser a casa cuando era solicitada. El rostro amable de esta señora me la recuerda. Cuando yo era niño, venía con frecuencia, con su máquina Singer transportable en la cabeza, y su sonrisa amable. Era una mujer muy educada, que me contaba unas historias entrañables, protagonizadas siempre por animales, perros y gatos y la vaca Cordera, del cuento de Clarín. Comía con nosotros y era de mucha confianza para los de casa.

Tanta, que allá a la media tarde empezaba a cantar, primero en voz baja, pero si el énfasis de la canción lo precisaba, subía el tono sin ningún reparo. Cantaba muy bien. Y le gustaban especialmente los tangos. Se los sabía todos, sin una duda ni una equivocación. Su favorito era Volver.

Su voz se enternecía cuando lo de la frente marchita y las nieves del tiempo platearon su sien. Y en este punto de mis recuerdos, recibo un codazo del tenor de al lado que, extrañado, me dice: «Pero, ¿tú cantas o qué?».