¿Es la política un teatro? Evidentemente en su sentido más auténtico y honesto desde luego que no. Pero la pregunta no deja de rondar la cabeza de más de uno, sobre todo cuando estamos en campaña electoral o cuando vemos las intervenciones de unos y otros en cualquier debate. El político tiene que representar a sus votantes, deben verse identificados en él. Encarna las ideas, los intereses y las aspiraciones de su electorado y en ese sentido tiene que actuar como un buen actor de teatro. Esa identificación puede llegar a veces a convertirle en un auténtico icono. Recordemos los famosos carteles del Che Guevara. Pero ¿que sucede cuando el actor se escapa de su papel? ¡Peligro, mucho peligro! Pueden caerle palos y críticas feroces tanto de los suyos como de los rivales. Casos hubo y hay. A Felipe González se le ocurrió embarcarse en el famoso yate Azor y tuvo que saltar por la borda antes de que lo achicharraran los propios y los nostálgicos de la dictadura. Más reciente fue el caso de las primeras ministras de ZP, aparecieron esplendorosas en un reportaje de Vogue y… ¡La que se montó! Hablando de revistas, Vanity Fair, acaba de apuntarse la exclusiva de presentar a Pablo Manuel Iglesias luciendo un smoking. Supongo que una broma graciosa. Claro que tal como decíamos, haría bien en manejar estos temas con precaución, no vaya a ser que se le mosqueen las bases. Estuvo mucho más auténtico al asistir a la Zarzuela en mangas de camisa. Eso era el papel esperado, imagen nueva para un partido nuevo.
¿Cual fue la pretensión con lo del smoking? Vaya usted a saber, ser noticia, divertirse un poco, provocar con el disfraz... Seguro que nuestros profesores de filosofía podrían impartirnos una lección magistral a cuenta de los temas permanentes del teatro: persona, personaje, disfraz, máscara... Porque desde los griegos hasta hoy, este asunto siempre dio mucho juego.
Aunque quizás lo que nos jugamos en la política merezca bastante más que decidir si uno se pone el smoking, la chaqueta o solo la camisa.