Bajar a Ferrol

Beatriz García Couce
Beatriz Couce EN LA GRADA

FERROL CIUDAD

13 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Corrían los años ochenta. Llegaba el fin de semana y nos preguntábamos los unos a los otros si bajábamos a Ferrol. Siempre había alguno en la pandilla que acudía al tan socorrido «pero si en Ferrol ya estamos!» mientras unos reían y otros protestaban por la matización. El caso es que normalmente dejábamos atrás la Caranza en la que nos movíamos a diario y solíamos elegir alguna de las películas de los cines del centro. Recuerdo colas generosas en la taquilla del Jofre y del Avenida, después de haber pasado por Loti, en la calle Real, a aprovisionarnos de frutos secos y gominolas. Y también el callejeo y nuestra cita dominical con la pastelería El Negrito a la búsqueda de un picadero o, a partir de la Semana Santa, de helados de Ramos o Delmónico.

Crecimos y el cine pasó en muchas ocasiones a un segundo plano, pero seguíamos bajando al centro porque teníamos una cita en las últimas horas de la tarde y primeras de la noche con Bristol, al que llegábamos muchas veces después de soñar con que, por fin, nuestros padres, accedieran a comprarnos uno de los vaqueros que habíamos pasado a mirar en Levi’s o en Bety. Porque entonces, en una ciudad que rondaba los 90.000 habitantes, la chavalada teníamos en A Magdalena la mayoría de las oportunidades de divertirnos y el comercio y la hostelería tenían nombres propios.

Tres décadas después, el ocio de los jóvenes nada tiene que ver con el de entonces. Haber dejado escapar toda esa vida, que pivota ahora sobre los asfixiantes centros comerciales, es el precio que paga una ciudad aletargada en la que se deberían de buscar fórmulas para devolver la actividad a sus calles.