Ante una isla

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL CIUDAD

29 jul 2016 . Actualizado a las 23:42 h.

No seré yo quien niegue, faltaría más, que tal día como hoy, y precisamente a esta hora, se tendría que estar muy bien a bordo de un barco de casco blanco, frente a las costas de alguna pequeña -pero excepcionalmente hermosa- isla griega en la que sin duda habrán pervivido, labrados en la piedra, los vestigios del tiempo en el que los dioses del Olimpo se relacionaban abiertamente con las gentes de este mundo. Pero, seamos sinceros, tampoco aquí se está mal, en donde Europa comienza, en la Última de Todas las Bretañas Posibles. El café es muy bueno. Tanto, que uno, con solo aspirar su aroma cerrando los ojos durante un par de segundos, y sin moverse del sitio, puede viajar a Venecia, a Roma y a Florencia. El mármol de la mesa parece haber nacido para multiplicar la luz sobre el papel de los cuadernos, del periódico y de los libros. En la calle, al otro lado del cristal, un gigantesco globo colorado pasa volando a un par de palmos del suelo, majestuoso y libre, camino de la Plaza de Amboage. Y a uno, al verlo, sin saber bien por qué, le da por pensar que esta tarde, sin falta, tendrá que leer de nuevo a Julio Verne, como cuando también era verano (uno de aquellos casi eternos veranos del pasado) y él era niño. Ferrol es una ciudad atlántica, hermana de la bruma y del Océano, de sueños hermanados con la lluvia, que aquí además de agua es literatura casi siempre. Pero el verano trae otras magias distintas, invariablemente nuevas. La arquitectura de Rodolfo Ucha, por ejemplo, adquiere una luminosidad excepcional. Y la línea del horizonte parece pintada por Bello Piñeiro. No me extrañaría ver pasar hoy, frente a la costa, la errante y misteriosa Isla Ballena.