Juicio a la exmonja rebelde de Piñeiros

FERROL CIUDAD

JOSÉ PARDO

La congregación religiosa de la Residencia San José acude al juzgado para expulsarla

27 ene 2016 . Actualizado a las 07:47 h.

Su amplio bagaje vital y cultural no parece tener cabida en un centro de la tercera edad al uso. Soledad Gavira Golpe, exreligiosa de la Compañía de María de 73 años, vive desde hace cinco en la Residencia San José de Piñeiros, regida por las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, que han promovido una demanda judicial para expulsarla. Alegan que incumple las normas del centro y dicen temer por la integridad de los otros residentes.

El juicio se celebró ayer en el Juzgado de Primera Instancia número 5 de Ferrol y quedó visto para sentencia tras la declaración de la propia afectada, la madre superiora, otra residente, la trabajadora social del centro y la responsable las actividades de terapia ocupacional.

La responsable de la residencia, la religiosa Cándida Vilariño, explicó que los problemas con Soledad vienen desde hace tiempo, porque desobedece a las hermanas, acumula enseres en su dormitorio, «que parece una habitación de los gitanos», precisó, añadiendo que también había quemado seis acebos con lejía y sal, además de menospreciar el trabajo de las empleadas, añadiendo que su comportamiento con las compañeras «nos causa mucha preocupación». Esta última aseveración la ratificó señalando que un día llegó a cambiarles la medicación en el comedor, hecho al que también se refirieron las restantes testigos, si bien todas lo sabían de oídas.

Puntapié

Soledad reconoció que en una ocasión le había dado un puntapié a una trabajadora, «pero ni siquiera le manché el pantalón». Su abogada, Clara Vilariño, solicitó la desestimación de la demanda, por entender que su cliente no vulneró el contrato de ingreso en la residencia ni el reglamento interno y que su expulsión obedece a una represalia. Lo argumentó en que la exreligiosa es una residente incómoda, porque formula denuncias constantemente. De hecho, presentó dos en la Comisaría: una porque dejaron de pasarle su pensión para descontar el gasto de las plantas quemadas y otra porque le faltaron 120 euros del armario. A través del buzón de quejas del centro también hizo llegar su malestar porque el periódico no llegase a la sala de las mujeres y en las últimas elecciones trasladó a la junta electoral su sospecha de que las monjas manipulaban los votos.

El letrado de la residencia, el sacerdote José Antonio Sanesteban, negó la existencia de represalias y pidió a la jueza que ordenase la expulsión de Soledad «porque su conducta impide la normal convivencia».

Una vida muy intensa

Soledad, natural de Ferrol e hija de un militar, está diagnosticada de trastorno maníaco-depresivo, lo que hoy se conoce como trastorno bipolar, y está a tratamiento desde hace muchos años, en los que incluso tuvo ingresos hospitalarios. Los altibajos de salud marcaron diferentes etapas de su vida, desde que entró como novicia en la congregación de la Compañía de María y comenzó a estudiar Letras en Madrid. Antes de terminar la carrera la enviaron como misionera a Tokio, donde estuvo solo un año porque enfermó. Tras regresar a España, la madre superiora, que también era de Ferrol, la envió a estudiar Teología a Roma. «Hice el magisterio a las puertas del Vaticano y al regresar impartí enseñanza en los colegios de Lugo, A Coruña y Santiago, pero me volví a poner mala y me mandaron a casa de reposo», recuerda.

Al reponerse continuó los estudios de Letras en Salamanca, pero tras una nueva recaída «las monjas me llevaron al mejor psicoanalista, que me trató durante ocho años, con dos de ingreso en una clínica de Madrid», apunta, añadiendo que era Pedro Fernández Villamarzo, el primer psicoanalista catedrático de Europa, que impartía clases en Salamanca y del que acabó siendo secretaria. «No tengo título, pero oí cuatro años de psicología analítica».

La trayectoria profesional de Soledad tras dejar los hábitos todavía tiene más sorpresas, puesto que después de trabajar como «chacha» para una familia alemana que residía en Madrid, a través de una de sus hermanas logró el puesto de secretaria de Ramón Espinar, el primer presidente del Parlamento de Madrid, con el que estuvo tres años. «Después me apunté en el Inem y acabé fundando Tegami, una empresa de tratamiento y transcripción de textos, que pronto fundí, coincidiendo con la crisis del 92.

Regresó a Ferrol para cuidar a sus padres, pero a la muerte de estos una hermana la echó de la vivienda y acabó residiendo dos años en la Casa de Mulleres Maltratadas. Tras otros dos años en una pensión, fue admitida en la Residencia de Piñeiros.