Sonrisas para tumbar al mal del olvido

Beatriz García Couce
Beatriz Couce FERROL

FERROL CIUDAD

La positividad es la mejor arma de Isabel Caneiro, gerocultora de Afal, una todoterreno que planta cara al alzhéimer

01 dic 2015 . Actualizado a las 17:01 h.

Es bajita, menuda y con unos ojos azules que lo mismo se empañan cuando habla de una enferma que le dejó huella que chisporrotean cuando evoca un pequeño avance, por nimio que sea, con sus mayores. Isabel Caneiro, gerocultora del centro de día de Afal (Asociación de familiares de enfermos de alzhéimer), desprende positividad y no esconde que para un trabajo como el suyo el ánimo es muy necesario. Pero ella, que acaba de cumplir cinco años en este empleo, lejos de percibir como una carga la dureza del contacto con este tipo de pacientes, repite una y otra vez que «no lo cambiaría por nada del mundo». Y sabe de lo que habla, porque tuvo oportunidad de hacerlo y lo rechazó.

Isabel, auxiliar de clínica, había trabajado durante 22 años en una clínica dental, pero cuando el propietario se jubiló consideró que «era muy pronto» para abandonar el mercado laboral, así que dio el salto al centro de día de DYA y cuando esta asociación también echó el cierre, empezó en Afal. «Yo no puedo decir que es un trabajo duro, porque a mí me gusta mucho», insiste sin negar que la huella del alzhéimer en los mayores «cala» y provoca mucha empatía. «Piensas en qué pasaría si fueran tus padres o tú misma», sostiene.

Aunque lleva la positividad en el ADN, su receta para mantenerse siempre arriba frente a una enfermedad tan dura es clara: «Cuando llegas a la puerta del trabajo tienes que dejar fuera los problemas de casa y cuando sales, al revés, tienes que olvidar los de dentro, no puedes vivir constantemente recordando dramas». Lo cuenta como si su vida familiar no estuviese marcada también en parte por la enfermedad del olvido, pero nada más lejos de la realidad. Durante cuatro años cuidó de su suegra, enferma de alzhéimer, y ahora viven junto a una tía de su marido que también comienza a evidenciar síntomas de esta dolencia. «Como tengo tanta experiencia en el trabajo, en casa lo llevo muy bien», asegura desprendiendo tranquilidad.

Esta experimentada naronesa, valora siempre los resultados de los esfuerzos realizados con los mayores, aunque sean pequeños pasos. «A mí me aporta muchísimo. Es gratificante cuando por ejemplo uno está enfadado y no quiere hacer un puzzle. Tú le colocas una pieza y luego él ya te pregunta que en donde va la siguiente. Ellos se sienten realizados y nosotros también», afirma. O el caso de otra enferma que focalizaba su rabia contra su marido y ahora a través de los talleres le han devuelto una buena relación y conseguido que los dos hagan tareas juntos fuera del centro.

Isabel insiste una y otra vez en que el trabajo que realizan en el centro de día de Afal, en el que hay 39 pacientes, es fruto del esfuerzo de todo un equipo formado por 14 profesionales. De ella cuentan sus superiores que es una todoterreno siempre de buen humor. «Es que yo, aunque sea gerocultora, si veo un tornillo flojo, lo aprieto. Si no sabes hacerlo, lo intentas, ¿no?», asegura convencida.

Apasionada de su ocupación laboral, le cuesta elegir entre lo que más le gusta hacer con los enfermos. «Me gusta bailar, y también cantar, aunque canto que me mato», comenta divertida, y añade que también disfruta con los trabajos en los talleres.

A sus sesenta años, recuerda que tras realizar el curso de gerocultura, de 580 horas, hizo las prácticas en la residencia de mayores de Caranza. «Me gustó tanto que entonces ya supe que aquello era lo mío», evoca. Tras pasar por el paro, le llegó su oportunidad y sigue igual de satisfecha que el primer día. Desprendiendo, eso sí, una positividad que los enfermos agradecen con múltiples gestos. «Hay que sacarles una sonrisa hasta en el momento más duro. Con un beso y una caricia van como si comieran», sentencia.