El recuerdo

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

02 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El otro día en mi pueblo asistí a un acto tan sencillo como emotivo. Las cosas no tienen que ser necesariamente solemnes ni espectaculares para que uno las viva con sentimiento. Actos como este rompen el principio de Arquímedes porque pesan más de lo que desalojan... Se trataba de la entrega del premio de poesía Xosé M. López Ardeiro, en su tercera edición, y la consiguiente convocatoria pública de la cuarta. Fue en el Salón de Plenos del Ayuntamiento, con su acogedora nobleza provinciana; con un público reducido, pero adecuado: una joven ganadora muy contenta de ver impresa su obra premiada en un libro tan bien editado, con la portada diseñada por su propia hermana; unos padres orondos y contentos con sus hijas, la poeta y la diseñadora; la familia más próxima de Ardeiro, el poeta que da nombre al premio; algunos amigos y la meritoria presencia de representantes de instituciones locales y autonómicas.

Viendo el acto desde la mesa de intervinientes, no pude dejar de pensar en mi amigo Pepe Ardeiro. Fue una persona para mí inolvidable, compañero desde la infancia, amigo desde la juventud, con el que me reí mucho, con el que contrasté teorías y facetas variables del pensamiento, con el que progresé en el conocimiento del ser humano y de su entorno. Él, que fue siempre una persona ocurrente y divertida, no dejó de comprometerse social y políticamente con el contexto natural del pueblo donde vivió siempre. Buen pensador, reflexivo y profundo cuando la conversación lo requería. Por eso, durante este acto me acordaba yo de que algunas conversaciones mantenidas en nuestros tiempos más filosóficos se nos habían quedado desenfocadas. Por ejemplo, coincidíamos en que venimos de la nada («dos o tres años antes de nacer, tú y yo éramos nada, ni siquiera se nos esperaba»); en que aparecemos en este mundo por un acto biológicamente explicable, vivimos equis años, y volvemos a esa nada de la que habíamos salido. Lo que llamamos vida es estar en este mundo hasta que la muerte nos devuelva a ese estado inicial del no ser. Todo el follón que montamos en este período de la existencia (las guerras por ideas o intereses diferentes, por unas creencias religiosas exaltadas, por la avaricia y el afán de riquezas, por el ansia de poder y de mandar, por el espejismo de la fama y de la importancia social, etc.) no tiene ningún sentido: solo durará unos años, porque todos nos sumiremos en el mismo vacío del olvido y de la nada. «Después de todo, todo ha sido nada (...) después de tanto todo para nada», ya lo decía el gran José Hierro. Era un nihilismo sartriano asumido con la deportividad propia de la juventud.

Pero hoy, amigo, quiero completar esos razonamientos con un pequeño apunte que me gustaría comentarte: tú te has ido hace ya siete años, pero aquí estamos aún muchas personas reunidas por un acto al que tú le das nombre y sentido.

Desde mi sitio en la mesa estoy viendo, enfrente, a tus hijos, a tu viuda, a tu nieta, que es una niña muy guapa y muy lista, a amigos tuyos, que te recuerdan con nostalgia y cariño, a gente del Ayuntamiento, para la que sigues siendo un vecino importante. Así que, de alguna forma, algo de ti se ha quedado en este mundo y se resiste a sumirse en el olvido de la nada. Por lo menos, mientras quedemos aquí alguno de los que te hemos conocido. Con esto no contabas ¿eh?