Loros

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

12 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Para compensar la pesadez diaria del tira y afloja de la UE y Grecia, en la edición de Ferrol de este periódico se nos contó la aventura de un loro que se escapó de la finca de sus dueños: lo soltaron, como hacían diariamente, pero ese día no regresó. El dueño dio aviso del extravío del animal. El loro llevaba dos años en casa: los niños se han encariñado con él y todos están preocupados por lo que le pueda pasar. Al día siguiente tenemos el caso resuelto: leemos que el loro Epi ya está en casa. Una familia con niños, en su regreso de la playa, hizo una parada a la altura de la finca donde vivía el pájaro. Este, al escuchar la música que sonaba en el coche desconocido, se introdujo en el mismo dispuesto a disfrutarla, tal como hacía, con toda naturalidad, en el de sus dueños. Una anécdota sencilla entre las noticias de acuerdos y desacuerdos griegos, que se agradece en estos días de calor agobiante pues nos trae un frescor de humanidad, de amor a los animales, de responsabilidad cívica y, también, de eficacia informativa.

Siempre me interesaron los loros; me gustan especialmente los habladores, los que son capaces de reproducir palabras y frases con claridad. Como el que tenía una señora de Santiago, al lado de la pensión estudiantil en que yo vivía, que cuando sonaba el timbre de su casa, con voz impostada siempre respondía él: «Un momento, que ya vamos». Lo decía con tal claridad, que hizo esperar inútilmente a cobradores, carteros y butaneros, que acababan desesperados sin saber que la señora había salido y que estaba el loro solo en casa. Mi amigo Pancho tiene uno que imita los ladridos del perro de la casa hasta el punto de confundir al propio dueño. Anda suelto por la finca, acompaña a mi amigo en las faenas hortelanas, relincha como la yegua y canta la Rianxeira si alguien se anima a entonarla. Una compañía divertida.

Claro que a estos loros aún les falta mucho para alcanzar el reconocimiento que tuvo el pontevedrés Ravachol, con estatua hoy en la plaza de la Peregrina, y emblema aún de los carnavales de la ciudad. Era el loro que estuvo siempre en la farmacia de don Perfecto Feijoo, quien lo avisaba cuando este estaba de tertulia en la rebotica con personajes ilustres de la cultura gallega, con un «Don Perfeuto, hai xente na tenda». Además, como era malhablado e indisciplinado, se metía con quien le parecía sin ningún pudor ni recato. Si entraba un cura, lo recibía con un sonoro cuá, cuá, cuá, imitando a los cuervos, y se cuenta que la escritora Pardo Bazán y el político Montero Ríos, no se sabe por qué, eran víctimas constantes de la maledicencia del loro. Don Perfecto Feijoo y Ravachol fueron los modelos que utilizó Torrente en su novela La saga/fuga de J. B., para crear el personaje del también boticario Perfecto Reboiras y su loro, sobre cuya edad había varias leyendas. Porque, a veces, sobre todo en las noches oscuras de verano, dejaba escapar frases en gallego medieval, frases guerreras, órdenes de ataque y de defensa. Otras veces hablaba de personas ya olvidadas a las que llamaba por su nombre. Y cuenta Torrente que, en los primeros tiempos de la guerra civil, habían pensado seriamente en «darle el paseo» porque, durante los desfiles, desde su jaula cantaba el himno de Riego, «con voz potente, no exenta de cachondeo».