También para adultos

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

05 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace dos semanas escribía aquí que los jóvenes no deben perder el tiempo, sino emplearlo en una formación continua, humana y cultural, que dará sus frutos años más tarde. Y les recomendaba, especialmente, leer, pasar dos horas diarias de las vacaciones leyendo. Pues hoy me dirijo a los adultos -que también perdemos el tiempo de forma lastimosa en vacaciones- con el mismo consejo. Y, por si hiciera falta, voy a recomendarles dos libros muy recientes, que a mí me han gustado especialmente. Tengo que empezar confesando que, con el paso de los años, cada vez siento mayor atracción por las novelas que están más apegadas a la realidad que a la ficción. Que están más cerca de la vida de la calle que de los trucos retóricos de la literatura. Mi currículum lector ha empezado a dar un giro notable ya desde hace un tiempo. Por eso encontrarán lógico que les recomiende estas dos obras, ambas del 2014.

La primera, El balcón en invierno, de Luis Landero, es una novela que él confiesa haber escrito «saturado de ficción, reñido con la literatura». Por eso la fuente de su escritura será la memoria, no la inventiva ni la imaginación. Es decir, está basada en la experiencia directa de la autobiografía, de alguien que pertenece a la colectividad de un pueblo extremeño. «Esta vez no hay mentiras, todo lo que se dice es verdad», subraya el autor. Hay, pues, en esta novela, una derrota de la ficción a manos del relato verdadero de la vida, tal como la recuerda desde la nostalgia del pasado. Y es en este aire nostálgico donde se encuentra el efecto necesario de la emoción.

Esta novela resume todo el mundo anterior de Landero. Es como un homenaje a su familia y a la gente campesina de la que aprendió cosas útiles para la vida. El acta que da fe de un mundo que se perdió para siempre. Escrita con gran sencillez, pero con suma elegancia, tiene, además, el valor incalculable de ser convincente.

El impostor, de Javier Cercas, cuenta la vida de Enric Marsó, un octogenario barcelonés que durante casi treinta años se hizo pasar por superviviente del campo nazi de Flossembürg hasta que en 2005 fue desenmascarado por un historiador. Cuando fue descubierto, Enric Marsó llevaba más de dos años presidiendo una asociación que reúne en España a una gran parte de los supervivientes españoles de los campos nazis. Había pronunciado conferencias, concedido decenas de entrevistas de prensa, radio y televisión, y había recibido honores y distinciones de todo tipo. Fue una auténtica estrella de la llamada memoria histórica. La obra cuenta su vida, desde su nacimiento a principios de los años 20 hasta su actual vejez nonagenaria.

La novela es muy cervantina, y por lo tanto muy moderna. Aglutina en sí misma diversos géneros que la hacen variada y abierta. Es como un banquete con muchos platos, en el que hay historia, ensayo, crónica, biografía, autobiografía, pero no es ninguno de estos géneros, sino que aspira a serlos todos a la vez y, precisamente por ello, es una novela, el género más libre y el más versátil. Tampoco El impostor es una ficción. Es un relato rigurosamente real, pero saturado de la ficción que aporta Enric Marco con su disparatada impostura. Y esto es lo que explica el apelativo de cervantina con que más arriba he definido esta novela. Por lo mismo, interesantísima.