Rehabilitación

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

03 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

A veces, una noticia de poco relieve en el periódico resulta muy preocupante. Como esta de semanas atrás, de que las cárceles españolas están a rebosar: somos el tercer país europeo con mayor hacinamiento, con 142 presos por cada cien plazas. Y, proporcionalmente, el décimo de Europa en mayor número de reclusos: 160 por cada 100.000 habitantes. Llama la atención que, teniendo uno de los índices de criminalidad más bajos de Europa, exista tal saturación en el sistema penitenciario. Además, todos sabemos que en la cárcel no está ni la mitad de los que deberían estar. Clase baja y proletaria es la que ha ido a parar allí, pero gente de cuello duro y guante blanco, muy poca. La mayoría está fuera, teniendo que estar dentro. Será para que no revienten las prisiones. Mucha gente, demasiada para las pocas cárceles existentes. Y sabido es que la masificación dificulta el trabajo del sistema penal y la rehabilitación del recluso, además de generar violencia y aumento de suicidios entre los encarcelados. O sea, que tenemos demasiados presos, que apenas los recuperamos para la convivencia en libertad, y que, incluso, los hacemos peores. Pues vaya panorama.

Reflexionando sobre lo que estaba leyendo, me acordé de que el viejo Secundino, único guardia municipal que había en mi pueblo en los años de mi infancia, no solo tenía razón con su forma de entender el sistema carcelario, sino que fue un visionario. Claro que se trataba de una cárcel humilde, la de un Partido Judicial pequeño, pero honrado. Pero el sabio funcionario municipal la manejaba con técnicas eficaces y precursoras. Recuerdo muy bien a un chico joven que estuvo casi un verano en la cárcel, no sé por qué motivo. Por la mañana salía con Secundino a inspeccionar las farolas del alumbrado público, recién estrenado. Y si había que cambiar una bombilla, quien se subía a la escalera era él. Por la tarde, acompañaba al viejo guardia en sus faenas caseras, como ir a buscar un carro de leña al monte o llevar a pastar las vacas a la orilla del río. En este menester, el preso contaba siempre con la colaboración de muchos de nosotros, que lo sustituíamos con lo de alindar las vacas para que él se bañase y nos hiciese disfrutar viéndolo nadar con una técnica depurada. Después de Tarzán, en el cine, nunca habíamos visto a nadie nadar tan bien. Debió de aprender en alguna playa de ciudad importante, pensábamos. Como era un buen chico, llegó a ganarse la confianza de todos, y por supuesto, la de Secundino, que algunas noches le dejaba la llave para que saliese a tomar unas cervezas y volviese a la cárcel a una hora prudente. El joven preso nunca lo defraudó: un par de cervezas con los chicos del pueblo y, a las doce en punto, volvía al calabozo. Eso sí que era rehabilitación. Cuando lo trasladaron a la cárcel provincial, el viejo municipal nos comentó: «Agora vaise estropear».

Estos tiempos son otros y más complicados, pero también con más recursos técnicos para poder controlar a los presos por delitos menores mientras hacen un trabajo o aprenden un oficio mezclados con la sociedad. Que se queden dentro los peligrosos, los violadores, los que tienen penas mayores. Y también todos los políticos y banqueros que han metido la mano en la caja pública. Para que se rehabiliten bien.