Genética

José Varela FAÍSCAS

FERROL CIUDAD

29 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La constante adaptación al medio provoca cambios genéticos que en la trucha común salvaje son perceptibles en tres generaciones. No sucede lo mismo con las destinadas a la repoblación previamente criadas en piscifactorías. Y siendo la reproducción densodependiente, si se introduce un contingente de alevines foráneos en un tramo de río, los peces autóctonos reducen su descendencia. El resultado es que, cuando los extraños se van extinguiendo por incapacidad para competir por el espacio con los nativos, al final, el río queda con menos ejemplares. De ahí que haya que evaluar el estado general del ecosistema antes de lanzarse alegremente a vaciar cubos de pececillos para salir en la foto y aparentar estar cuidando el medio ambiente. A ello hace referencia el profesor Fernando Cobo en su último libro, un texto que merecería la lectura sosegada de los aficionados a la pesca fluvial y muy particularmente de los responsables del cuidado de la red hídrica y de la riqueza que todavía contiene. Cavilaba en ello en el inicio de la temporada, fresco como corresponde a la estación, y con los ríos exhibiendo músculo. Resulta que el truco se ocultaba en el ADN. Las truchas, con el tiempo y el proceso natural, parecen haber llegado a un grado de evolución que las capacita para distinguir el giro de una cucharilla Meps de una Celta y no digamos de las autóctonas Edu o aun las plagiadas Ranger. Me alivió concluir que esa era la clave de los sucesivos capotazos y no mi falta de destreza en el lance. Siempre tranquiliza más deducir que el cesto vacío tiene una base científica que achacarlo a una torpeza o al azar. No se consuela el que no quiere.