Diversión gratuita

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

29 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Estoy esperando el vuelo que me corresponde y me entretengo de una manera a la que siempre recurro en lugares concurridos y en horas muertas. Lo que hago es observar el bullicio de la gente que va y viene por la inacabable terminal o la tranquila espera de docenas de personas que, como yo, sentados en una cafetería, están aguardando el avión al que subirse. Me interesa mucho más ese mundo vivo, que se mueve, habla en distintas lenguas, se ríe sin complejos, caminando en grupo o en solitario, que la novela que tengo entre las manos y que, ante un espectáculo así, me parece aburrida, falta de interés. Y es que el interés está en otro lado. Me pasa especialmente en los viajes, cuando uno se encuentra en ambientes que están fuera de su vida cotidiana. En un sitio público, observar esta aglomeración organizada de personas variopintas, de distintos países, razas, religiones, diferentes costumbres y formas de comportarse, puede ser una magnífica lección de humanismo y psicología. Los vemos, nos cruzamos, no sabemos nada de ellos, nunca les hablaremos, aunque unos segundos de su vida se ofrecen ante nuestros ojos y coinciden con la nuestra; pero se alejan y son ya como personajes de una difusa novela que nadie va a escribir. Hombres y mujeres anónimos que tienen una vida tan minuciosa y verdadera como la nuestra, que se podría reconstruir en sus minucias y grandezas. Sólo hace falta el novelista adecuado, claro.

Lo que más me llama la atención es la desenvoltura con que se mueve la gente joven en un lugar tan intrincado, extenso, uniforme y, sobre todo, desacostumbrado para muchas personas que, como yo, están más acostumbradas a la tranquilidad de las plazas de su pueblo o de su pequeña ciudad, que al laberinto de escaleras, puertas, escaleras mecánicas, trenes interiores, ascensores y luces atosigantes. Los jóvenes se mueven con una soltura y una familiaridad que parecería que están viajando todos los días. Y no es eso, entre otras cosas porque viajar es caro y no hay tantos jóvenes ricos. Es el espabile con que han ido creciendo, el desparpajo con el que se enfrentaron desde niños a la vida, y, sin duda, la confianza que le da el controlar muy bien todo lo que tenga que ver con pantallas informativas, con indicadores informáticos, con todo tipo de signos audiovisuales que inundan la vida moderna. Me da una sana envidia verlos, desinhibidos, audaces, alegres, seguros.

Sin duda, estos chicos y chicas son el sano producto de otra época más afortunada que la de los que hemos nacido en la España de los años oscuros de la posguerra. Salíamos de casa bien avisados de cómo debíamos comportarnos. Siempre había una amenaza de castigo si recibieran alguna queja. En la escuela, tan pronto te pasabas un nada, el maestro no tenía ningún escrúpulo en soltarte un coscorrón, en la confianza de que, si lo decíamos en casa, nos caería otro similar sin admitir ningún tipo de explicaciones. En la plaza, jugando al fútbol, el municipal nos secuestraba la pelota, y nos perseguía, cada vez más airado porque no conseguía cogernos. Cuando cuatro compañeros y yo nos fuimos a examinar por libre de ingreso al instituto de Santiago, nuestro mayor empeño era cruzar la calle, juntos, por los pasos de cebra, no fuera a caernos una labazada?