La música

José Varela FAÍSCAS

FERROL

26 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Era un conversador extraordinario: sabía escuchar. Benévolo comprendedor de los inextricables vericuetos del alma, Vázquez Seijas, don Gabriel -o don Grabiel, para algunas devotas parroquianas de su entrañado Canido-, fue, probablemente, el más culto de los curas ganados por el espíritu del papa Roncalli que regalaron su vida a los ferrolanos allá por los años sesenta y setenta. Parte de la formación de don Gabriel se desarrolló en Roma, y de esta ciudad eternamente abierta a todo se trajo el embrujo de la música. «Por las callejas de Roma -intento reproducir su evocación-, tienes que andar con cuidado; en cualquier momento te puede sorprender un ciclista a toda velocidad esquivando paseantes mientras silba un aria». Con el tiempo, asocié este recuerdo con la película más popular de Benigni, por la bicicleta, y por La Barcarola de Offenbach, también. Otro de los curas de la cosecha Vaticano II fue Pepe Chao, tal vez teólogo de mayor enjundia pero no por ello más sólidamente formado que Vázquez Seijas. A Chao, también allá por los años sesenta/setenta le escuché en una oración mortuoria elogiar al fallecido, un joven corista del Toxos e Froles, echando mano de un proverbio germánico que venía a decir, otra vez la memoria, que alguien que canta no puede ser malo. Y, anteayer, cuando aspiraba a hilvanar una cabezada para coronar el almuerzo, me despabiló el cascabeleo de unas voces infantiles que intentaban reproducir el aria de La flauta mágica. En la beatitud de la somnolencia se fundieron la inspiración masónica de Mozart -la armadura de La Flauta: el triángulo con los tres bemoles- y la estela de dos curas inolvidables. La música, que todo lo puede.