Talento gallego guía el naval australiano

FERROL

Beatriz Couce

Unos 40 de los 50 trabajadores españoles que Navantia tiene destinados en el país son ferrolanos que participan en la construcción de nuevos buques y en el mantenimiento de otros

26 sep 2016 . Actualizado a las 09:49 h.

Han tenido que montar su nuevo hogar a 18.000 kilómetros de sus familias y amigos y marcharse al punto del planeta más alejado de sus casas para atender al requerimiento profesional que les planteó Navantia. Dejaron atrás sus antiguas responsabilidades en el astillero ferrolano y ahora desempeñan distintas tareas en las ciudades australianas en las que tiene presencia la filial de la empresa pública española, una experiencia que están viviendo unos 40 gallegos, la práctica totalidad con sus familias. A pesar de la dureza del término con el que se los denomina -los expatriados-, la mayoría repiten como un mantra el mismo mensaje: echan de menos a los suyos, pero disfrutan de las oportunidades que les proporciona la experiencia, tanto personal como profesional, y están cómodos en un país próspero y seguro.

El desplazamiento de personal a las antípodas comenzó en el 2006, un año antes de que Defensa adjudicase a Navantia la construcción de dos megabuques en Ferrol y el diseño, la transferencia de tecnología y el asesoramiento técnico para la fabricación, en Adelaida, de tres destructores basados en las fragatas F-100 españolas. Entonces, los viajes eran puntuales, pero las necesidades de contar con personal en el país fueron creciendo paralelamente a los nuevos contratos y requerimientos de la Marina australiana.

Primero Navantia desembarcó en Melbourne, ciudad en la que se completarían los megabuques y de la que está a punto de marcharse la empresa. «Mi mujer y yo somos los últimos mohicanos de Navantia en Melbourne», bromea el naronés José Antonio Rodríguez, de 53 años, que cuenta ya los días para regresar, el próximo diciembre, a su tierra natal. Insiste en señalar la experiencia profesional y personal tan dura como enriquecedora, y también que ha servido para sentirse muy orgulloso de todo lo conseguido por su empresa en el país.

Adelaida fue la segunda ciudad australiana a donde Navantia envió parte de su personal desde España. Debido a que en el astillero de ASC se fabrican los barcos basados en las F-100 españolas, siempre ha sido un eje con gran presencia de la plantilla de Ferrol, en donde se construyeron esas fragatas. Hoy en día, después de que hace nueve meses el Gobierno decidiese adjudicar a Navantia la gestión de la construcción de los destructores, la empresa dispone de medio centenar de trabajadores en esta ciudad, tanto destinados en el astillero como en su centro de operaciones, que inauguró el pasado junio. Una decena son locales y, el resto, españoles, más de 30, ferrolanos.

Como Fernanda Regal, quien llegó a Australia en enero del 2015 y afirma que toda su familia está plenamente adaptada a la tierra que los acoge. Su marido, el también ferrolano Antonio Requejo, fue jefe de máquinas del buque Cantabria cuando este se integró durante casi un año en la flota naval militar australiana. A su regreso a España, Navantia propuso a Fernanda trasladarse a Adelaida, en donde trabaja en el programa de las futuras fragatas y presta apoyo al de los destructores ya en ejecución. Y hacia allá se marcharon.

  

Gente extrovertida

Jorge Filgueira, director del programa de Navantia para los destructores en Australia, incide en que la integración con el personal local ha sido buena. «Es un país en el que la gente es muy extrovertida», dice, aunque ello no impide que eche de menos a los suyos y también la comida de la tierra.

En Adelaida se encuentran, además, Begoña Rodríguez, jefa de buque de la clase AWD, que después de tres años y medio recomienda la experiencia aunque sostiene que el idioma es la barrera más dificultosa, y también Javier Porto y Juan Vilariño. «É un país marabilloso sobre todo se tes cativos pequenos», subraya Porto, mientras que Vilariño, quien tiene a su mujer e hija en Ferrol, lo que les obliga a viajes frecuentes, incide en el papel de transferencia de conocimientos a sus colegas australianos y el aprendizaje mutuo. También hace pocos meses que la empresa pública española abrió una oficina corporativa en Camberra, capital del país, para estar cerca de los órganos de Gobierno relacionados con su negocio. Allí se encuentra Francisco Barón, director de Navantia Australia, y su mujer, Marta, que con anterioridad vivieron en Melbourne tres años. «Este es un país muy bonito y muy seguro», afirma Barón, quien sostiene que «el venir con billete de ida y vuelta», es decir, con garantías de retorno, proporciona otra visión del traslado a los expatriados, con los que coincide en que la parte más dura es lo que se echa de menos a los suyos.

La plantilla de Navantia en Camberra está formada por ocho personas, entre ellas Juan de la Cueva, gaditano responsable comercial de Navantia en esta ciudad, quien comenta divertido que sus tres hijos, ya con un perfecto dominio del inglés, hablan el castellano con acento gallego, que se lo pegaron otros hijos de personal de la empresa cuando vivían en Melbourne. 

Abrir la mente

Otras ocho personas de Navantia trabajan en Sídney, en donde tienen su base los megabuques anfibios construidos en el astillero gallego y Navantia presta tareas de mantenimiento. A ellas está dedicado el coruñés Fernando González -que se encuentra en Australia junto a su mujer y sus tres hijos-, desde hace cuatro años. González subraya que una experiencia como esta «es muy buena, siempre te ayuda a abrir la mente». En esta misma ciudad se encuentra el asturiano David Rueda, que trabajaba en Ferrol cuando le propusieron desplazarse a las antípodas. Incide en las vivencias profesionales que le permite este trabajo y estar «en un ambiente internacional y multicultural».

También en Sídney está el capitán de corbeta ferrolano José Ramón Dolarea, uno de los dos militares de la Armada española destinado como oficial de enlace con la Marina australiana, quien incide en que el carácter abierto de los australianos les ha hecho «sentirse como en casa desde el primer día». 

Desfase horario

Pero la experiencia también tiene su envés. La distancia que los separa de sus familias -han de coger tres vuelos y salvar casi 24 horas en el aire para llegar a Ferrol- y el desfase horario, que los lleva a que, cuando terminan su jornada laboral en Australia, comienzan las llamadas desde el trabajo en España, lo que les impide desconectar del trabajo hasta la noche. No obstante, el sentir de Fernando González resume bien lo que transmiten mayoritariamente: «Pocos países hay mejores que este para ser expatriados».

La Voz en Australia