Otros veranos

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

24 jun 2016 . Actualizado a las 23:44 h.

Digan lo que digan, el verano ya no es lo que era. De eso puede dar fe cualquiera. Los veranos de verdad, los de antes, los de aquel otro tiempo que ya no existe, duraban -¿se acuerdan...?- meses y meses, puede que hasta años enteros, y en ellos todo olía a hierba recién segada, como en los cuentos, y a dulce de membrillo preservado de la luz y del calor, junto a las copas de cristal tallado, en alacenas de madera de castaño. Cierro los ojos y todavía viene hasta mí el aroma de la lavanda y del helecho y de la rosa y del saúco, que durante la Noche de San Juan se hacían más intensos que nunca, y que después se quedaban para perfumar el mundo. Recuerdo además muy bien el sabor de las cerezas de aquel tiempo, de las que también eran grandes amigos los pájaros, y sobre todo la largueza de los días, que eran verdaderamente generosos. Mucho me gustaba, en aquel otro siglo en el que todo era tan proclive al milagro, ver marchar el sol camino del mar desde donde llamaban O´Regueiro, al pie de un sendero que llevaba hasta Marraxón y que ya se ha desvanecido. Siete años tenía yo, recién cumplidos, cuando en un verano de aquellos, en una televisión en blanco y negro, vi, con rabia infinita, cómo Mariano Haro quedaba fuera del podio en los Juegos Olímpicos. Mariano es hoy un gran y querido amigo, pero aun así creo que no le he contado nunca cuánto me enfadé aquel día, viendo cómo se le iban, en la última vuelta, Viren, Puttemans y Yfter. Por cierto que no aquel verano, pero sí al siguiente, conocí, en casa de una hermana, al escritor cuyos libros me han hecho más feliz. Me regaló una lupa. No diré aquí su nombre, porque me emocionaría un poco y este no es el sitio.