Duendes y salmones

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

08 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En mi artículo del domingo pasado se coló un gazapo imprevisto, de esos que ocurren, como todo el mundo sabe, por culpa de los duendes que habitan en las redacciones de la prensa diaria. El título, Cercana y barata no tenía nada que ver con el contenido del texto que venía debajo, que trataba de santos y de sus milagros. Pero en este caso no deja de tener una curiosidad destacable. El título, en realidad, se correspondía al artículo de la semana anterior, en el que, a propósito de un amigo pescador, hablaba yo de la conveniencia de desmitificar el concepto abstracto de la felicidad, hoy tan extendido y tan añorado, y reivindicaba la necesidad de valorar esos momentos, concretos y puntuales, en que uno se siente bien y feliz. Que no tienen por qué estar motivados por grandes acontecimientos ni por hechos de mucha relevancia. Yo hablaba de cómo mi amigo estaba ilusionado con el permiso que le había correspondido en el sorteo del coto de pesca del salmón, en el río Ulla, el primer día hábil para la captura de esta especie, y me servía el caso para extenderme en consideraciones más generales, como que la felicidad no es un estado estable ni permanente, y que, en cambio, es la suma de los pequeños placeres, lo que logra crear un estado de ánimo edificante y satisfactorio. Placeres sencillos, secretos, que todos de alguna manera podemos disfrutar a diario. Solo es necesario estar atentos para vivirlos en toda su intensidad y no dejar que pasen por nuestra vida sin disfrutarlos como se merecen. Y para darle a mis palabras una autoridad respetable, citaba una frase de Stendhal, en la que el célebre novelista francés concretaba su pensamiento al respecto: «Hay que ir a la caza de la felicidad. Pero hay que saber lo que te hace feliz y convertirlo en hábito».

Pues bien, la confusión del título me sirve para volver hoy sobre el tema de mi amigo el pescador, y contar la segunda parte de su aventura en el coto salmonero del Ulla.

Si él ya se daba por satisfecho por la suerte que le había deparado el sorteo de los permisos (1.500 solicitudes para seis puestos en la zona acotada de Xismonde), resulta que la diosa Fortuna (y, sin duda, su técnica como pescador experimentado) quiso que fuese él quien pescase el primer salmón de la temporada en ríos gallegos, es decir, el «campanu» gallego.

Aquello de Cercana y barata, que era la frase con la que yo me refería a la felicidad que dan algunos momentos de la vida, lo comprobó mi amigo J. M. Duro y lo disfrutó con la alegría contenida de un pescador veterano, que sabe que hoy cae una pieza espectacular igual que mañana se va con el cesto vacío. Como saben esto, y lo aceptan, para el pescador de raza como mi amigo, lo importante es disfrutar la mañana húmeda del río, estar atento al canto de los pájaros entre los abeneiros y tratar de descifrar el eterno murmullo del agua, que es como un canto a la vida y a la libertad. Porque los buenos pescadores, además de ecologistas sin partido ni banderas, en el fondo son filósofos y poetas. Claro que, después de ese ejercicio de sabio escepticismo, vivió los momentos siguientes con la lógica alegría de ver cómo sus amigos se alegraban por él y también con él, compartiendo, con mucha dedicación y hasta entusiasmo, en la mesa de un restaurante, ese magnífico ejemplar de salmón, que por algo es el rey del río.