«Con sida es posible vivir y tener hijos»

FERROL

cedida

Tras años durmiendo en cajeros y comiendo de los contenedores, la noticia de que iba a ser padre movió a Alfonso a dejar definitivamente el consumo de drogas y alcohol

02 dic 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Alfonso, que en la actualidad tiene 46 años, está felizmente casado y tiene dos hijas, es uno de esos personajes que hacen real la frase «la vida da muchas vueltas». Nació en una familia acomodada, pero la desgracia se cebó con él cuando contactó con las drogas y se convirtió en politoxicómano. Durante diez años estuvo durmiendo en cajeros y comiendo los restos que hallaba en los contenedores de basuras, en una vida totalmente desordenada. En esa época mantuvo una relación de pareja con otra joven, también drogodependiente, que además era portadora del VIH, aunque él no lo sabía.

Lo descubrió cuando ella se quedó embarazada. Alfonso ya llevaba seis años a tratamiento con metadona, aunque seguía consumiendo drogas, y en Cruz Roja, donde le administraban la medicación, le iban dando avisos de forma velada para que tomase precauciones, porque conocían la situación de la mujer, pero no se lo podían decir abiertamente a él por la confidencialidad de los datos personales.

Cuando le realizaron las pruebas y supo que era portador del virus del sida, a Alfonso se le vino el mundo encima, pero el hecho de saber que iba a tener un hijo -resultó ser una niña- provocó un cambio radical en su vida, dejando de lado rotundamente las drogas y el alcohol.

No fue un camino de rosas, sino todo lo contrario, porque se había alejado de su familia, de la que no sabía absolutamente nada, y tenía miedo a morirse. «No podía pasar la abstinencia en la calle, porque el enganche a la cocaína es tremendo, y entré en una unidad de desintoxicación, en la que incluso tuvieron que atarme, a causa del delirium tremens», recuerda. Era el paso previo para entrar en un centro del proyecto Hombre, en el que después pasó dos años y medio.

La rehabilitación pasó por distintas fases, comenzando por la vuelta a la calle, reconociendo los lugares en los que había malvivido, pero convertido en otra persona, hasta el momento en que ya pudo reencontrarse con su familia. Fue precisamente a través del centro en el que estaba internado como logró localizar a su hermana -los padres ya habían muerto años atrás- y en ella encontró el apoyo y el cariño que le faltaba para poder seguir adelante en su empeño de rehabilitación.

Cuando salió del proyecto Hombre, Cáritas le facilitó una vivienda mientras no encontraba trabajo. Lo consiguió y decidió retomar los estudios. «Me saqué el título de auxiliar administrativo y el carné de conducir, compré un piso y soy monitor de un grupo de personas con discapacidad intelectual, a las que acompaño a la fábrica y les ayudo a integrarse en el mundo laboral», señala Alfonso, añadiendo que lo más importante es que en esa época «encontré a la mejor mujer del mundo, que asumió el riesgo de tener una hija conmigo, a pesar de que somos una pareja serodiscordante». A este respecto, aclara que el miembro de la pareja que está sano puede contraer el virus, pero en su caso no ocurrió.

Quince años sin consumir

Alfonso recuerda satisfecho que desde el 5 de noviembre de 1999 no volvió a consumir drogas ni alcohol. Hace unos meses también dejó el tabaco, por lo que se siente «una persona normal, con mis miedos y el sufrimiento de pensar en la enfermedad que tengo, pero feliz con mi familia».

Las pruebas médicas a las que tiene que someterse habitualmente arrojan unos resultados buenos, gracias a la medicación que está tomando y a su vida sana, a pesar de que los fármacos tienen efectos secundarios, como la distrofia muscular.

En este Día Mundial del Sida, Alfonso quiere transmitir esperanza a las personas portadoras del virus VIH, en el sentido de que llevando una vida sana y medicándose se puede con todo. «Se puede vivir, correr, tener un hijo y una hipoteca», señala.

No obstante, también aprovecha la ocasión para destacar el hecho que todavía existe mucho desconocimiento sobre la enfermedad y mucho rechazo. De ahí que optase por realizar esta entrevista sin aportar demasiados datos que permitiesen identificar a su familia, «porque temo que si los padres de los compañeros de colegio de mi hija lo saben, puedan hacerle el vacío a mi pequeña, algo que también me puede ocurrir a mí en mi puesto de trabajo, en el que solo lo sabe la encargada».