Arrendajos

José Varela FAÍSCAS

FERROL

02 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Los pescadores de truchas son al río lo que los arrendajos, al bosque: sus guardianes. Aves y cañistas llaman la atención de las alteraciones del orden natural que observan, unas con estridentes gritos que estremecen la arboleda cuando algo desconocido se mueve en su entorno, otros con protestas sotto voce y aspavientos intramuros, gruñidos de abuelete cascarrabias. Los efectos prácticos de ambas guardas son exactamente iguales. Eso sí, los pájaros son, además de pertinaces e incansables, más aplicados en sus funciones de control y vigilancia. El turno de los pescantines concluye en julio, cuando se cierra la temporada truchera, que es la que afecta a un mayor número de ríos. A partir de ese momento, paulatinamente se va extinguiendo también la denuncia de la presencia de incontables vertederos clandestinos en las riberas de los regatos, el escandaloso uso que se hace de los cursos de agua como máquinas de limpieza para todo, los desagües a caño abierto de viviendas, empresas y negocios, el aprovechamiento abusivo y delictivo de un recurso formalmente protegido por la ley, etcétera. Cada año, quienes recorren los ríos de la comarca ferrolana completan un catálogo de falcatruadas que se amplía en cada edición. Bajo el inmutable principio de que o río pode con todo, en concomitancia con la ampliamente extendida convicción de que lo que es de todos no es de nadie, siempre cabe una agresión más a las aguas continentales. Y así, una vez más, los lánguidos lamentos de los pescadores se emparejan con el griterío áspero y vibrante de los arrendajos: un sonido periódico y ritual, la cíclica liturgia mansa e inocua de la naturaleza.