¿Le gustaría pasar una noche en el faro de Prior? ¿Y en Estaca de Bares?

FERROL

Los fareros conocen mejor que nadie cómo discurre la vida en las torres que vigilan la costa norte. Saben de tempestades y puestas de sol, de soledades y libertad, de una naturaleza que les atrapa a diario. Los tres técnicos que quedan en activo en la zona opinan sobre la eventual reconversión de los faros o las viviendas anexas en hoteles

28 may 2015 . Actualizado a las 18:08 h.

El término farero se sustituyó hace tiempo por el de técnico mecánico de señales marítimas. Y la Ley 27/1992 de 24 de noviembre de Puertos del Estado declaró «a extinguir» este cuerpo, por lo que desde entonces no se han convocado plazas de torreros. En la costa norte coruñesa quedan solo tres profesionales en activo y los tres residen en las viviendas construidas en los faros y se reparten la supervisión y el mantenimiento de decenas de luces (torres y balizas). «Ahora ya vamos todos bastante viejitos...», bromea la madrileña Mercedes Aranceta Martija, que vive y trabaja en Prioriño Chico, donde llegó a haber dos viviendas. La lámpara se encendió por primera vez el 10 de julio de 1854. ¿Podría transformarse algún día en hospedaje? La torrera abogaría por convertir en centros culturales las edificaciones de menor tamaño, como esta, «pero están lejos del pueblo». «Voy contracorriente, los daría en concesión por unos 20 años a algún particular, con la condición de que viviera ahí todo el año, no solo en verano. Y siempre que no supusiera gasto público, afirma. Por su experiencia de tres años en el faro de Illa Pancha, en Ribadeo, se pregunta cómo podrán habilitarse allí dos apartamentos y una cafetería. Tal vez Prior, del que también se ocupa, deshabitado desde 1993. «Es grande, el entorno es muy bonito y está muy cerca de Ferrol», apunta Miguel García Cernuda, madrileño de 57 años, responsable del faro de Punta Candieira, en Cedeira, desde hace más de tres décadas. «Pero veo un problema grave, la inversión es muy fuerte porque tienes que levantarlo de nuevo, las viviendas están muy abandonadas», comenta. ¿Y en Punta Candieira, cuando él se jubile? «No hay calefacción, tengo agua de manantial, que no valdría para un alojamiento, hay gente a la que le da miedo bajar por la carretera y aquí, el viento de 100 kilómetros por hora no es cosa anormal, son muchos días al año. Primero, otros sitios», sostiene. Como Estaca de Bares. «Aunque el invierno es duro, las averías en la línea eléctrica son frecuentes (...). Hay cuatro viviendas, en alguna la humedad es brutal y habría que rehabilitarlas; es una inversión grande». Eso sí, recalca, «los veranos son maravillosos». En la punta más septentrional de la península o en el litoral de la sierra de A Capelada, «con los tojos en flor» de cada primavera.

El asturiano Eugenio Linares, el tercer integrante de este equipo, que se cubre en descansos y vacaciones, tiene 61 años y lleva 33 en el faro de Estaca de Bares. «Ya ha habido alguna compañía interesada, hizo un estudio y podría dar para 17 habitaciones, pero el gasto sería muy grande», constata. Y se muestra más partidario de «no privatizar» los faros y, en este caso, montar una cafetería o un restaurante «porque aquí viene mucho turismo de paso».

El «fuerte deterioro» de estas edificaciones requiere «mucho mantenimiento», más aún para su uso como hospedajes, apunta Miguel. Igual que Eugenio, cree que el proyecto Faros de España, de Puertos del Estado, «funcionará mejor en el Mediterráneo, porque la inversión es menor y muchos faros están cerca de grandes poblaciones». «Todo depende de la renta que haya que pagar al Puerto», asegura un vecino de la zona que se interesó por la concesión de las viviendas de uno de estos faros para habilitar un hospedaje. La cifra, que no desvela, le disuadió. De momento, los «privilegiados», como se siente Mercedes, son los fareros. Al margen de su importante función, su presencia da seguridad. «Con una persona ahí hay menos robos», otro problema frecuente, sobre todo en los que se hallan deshabitados. ¿Añorará el faro al jubilarse? «Yo ya lo disfruté (...), me gustaría que pasara otra persona, porque aquí se puede hacer una vida», concluye el farero de Bares.