El televisor

José Varela FAÍSCAS

FERROL

24 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

quellos viejos receptores de televisión en blanco y negro Telefunken y Philips tienen muchas vidas. Tantas como los recuerdos de quienes peinamos canas desde hace años. La memoria es, en estos casos, como una segunda o tercera vida endulzada por la mirada sosegada y condescendiente de la vejez. Aquellos vetustos y pesados armatostes que enseñoreaban los mejores espacios de los hogares, al fin y al cabo, sirven para datar, asentar y ordenar hechos en la recreación de la historia íntima. Pero no solo los viejos televisores tienen varias vidas. También las tienen los nuevos televisores viejos fruto de esa desvergüenza capitalista que es la obsolescencia programada o la disparatada pulsión por el cambio inútil. Muchos de estos nuevos televisores viejos acaban en los puntos limpios de recogida si sus propietarios tienen el civismo de hacerlos llegar a ellos. Otros alcanzan el mismo lugar a través de los servicios municipales de recogida de enseres, junto a inservibles batidoras, encimeras o centrifugadoras -el destino de los robots de cocina, como saben, suele ser el fondo de una alacena-. Un tercer grupo de viejos televisores acaba en las orillas de las pistas forestales, junto a neveras y lavadoras. El esmalte blanco de las carcasas de estas últimas son visibles durante años en medio de las pendientes y barrancos o acaban en los ríos. Entre confuso, fascinado y sobrecogido, intento escrutar el encefalograma plano de quienes asumen la tarea de cargar con los electrodomésticos en el maletero del coche, conducir este por polvorientas o enlodadas pistas de tierra y abrazar de nuevo el artefacto para despeñarlo. Nunca lo consigo.

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