La mano invisible

José Varela FAÍSCAS

FERROL

19 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Tradicionalmente, a la prensa se le atribuía la noble función de informar, formar y entretener. Un objetivo que, bien que a trompicones, a lo largo de los años le ha ido consolidando el crédito de los lectores, que sigue siendo su más valioso capital. Perdida la confianza, se convierte en papel mojado, solo útil para el cuarto e inconfeso objetivo de los diarios: envolver el pescado. La apisonadora de la realidad, sin embargo, ha quebrado esta relación. Hoy, los periódicos solo asustan, si se me permite la sinécdoque de Marshall McLuhan sobre mensaje y medio. Espantan, acojonan, acorralan al lector y no le dejan respirar, no le dan tiempo a reponerse. Diríase que hay una mano invisible como la metafórica de Adam Smith referida al mercado, que administra la sucesión cotidiana e incontenible de miedos y conmociones, con su corolario de cabreos y juramentos. Cada día nos desayunamos con un nuevo caso de corrupción -el escándalo es rasgarse las vestiduras por un saqueo de quince millones con tarjetas opacas y olvidar que sus responsables dejaron un roto en Bankia de más de veintidós mil millones de euros y por ahora el único damnificado, además de todos los ciudadanos que pagaremos la desfeita de los amigos de Aznar, es el juez Silva, que encarceló a Blesa-. Cada mañana, los periódicos nos desvelan un nuevo dato de la miseria moral de los ladrones de cuello blanco: los otros ya están en chirona ¿Qué sucedería sin el concurso de esa mano invisible que gradúa los sobresaltos? ¿Sería humanamente soportable el hedor de la corrupción en todo su esplendor y de una sola vez? Tal vez, acabaremos agradeciendo la dosis diaria de pestilente tufarada.