Laureano se levantó de nuevo a buscar el canal. Su tele, una antigualla de por lo menos cuarenta años, de esas que se sintonizaban a mano, perdía constantemente la única señal que conseguía captar. Sus dedos artríticos giraron la ruedecilla de plástico hasta que una imagen nítida ocupó la pantalla. Un rostro ovalado, lampiño y blanquísimo, en el que destacaban dos inmensos ojos negros y almendrados, se dirigió a él.
-¡Terricola! Soy Mjerel, general de las tropas interestelares.
-¿Terrícola yo? ?respondió Laureano, quitándose la boina.
-Estoy hablando con la Tierra, ¿no? ?dijo el alienígena, algo confuso por la respuesta.
-Ay, no le sé decir. Yo nací en Esmelle. Aquí conocí a mi mujer, aquí la enterré y aquí moriré yo también, pero no sé si es la Tierra. Aunque tierra sí que hay.
La respuesta satisfizo a Mjerkel, que buscaba la mente escéptica de un científico.
-Terrícola?
-Laureano Couto ?interrumpió Laureano.
-Terrícola Couto ?continuó el extraterrestre algo incómodo por las confianzas -tengo que informarle?
-¿Y usted cómo se llama?
-Mjerel ?contestó Mjerel algo picado.
-Pues se me parece usted mucho a mi tía Balbina.
El alienígena calló. Quizás el traductor automático no funcione correctamente, pensó.
-Y mi tía Balbina era una bromista.
Laureano siguió girando el dial hasta que dio con el programa de cocina que tanta le gustaba. Se sentó en el sofá, suspiró.
-Mira tú la Balbina qué pavera ?dijo para si mismo. ?Ni en el cielo descansa.