La reconversión silenciosa del naval

Beatriz García Couce
Beatriz Couce FERROL

FERROL

La plantilla directa y auxiliar de Navantia no ha parado de movilizarse en estos tres años.
La plantilla directa y auxiliar de Navantia no ha parado de movilizarse en estos tres años. ángel manso< / span>

No hay un plan presentado, pero los astilleros están parados y han perdido 3.000 empleos

23 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Pronunciar la palabra reconversión en Ferrol es traer a la memoria colectiva de la comarca sus peores recuerdos, los hachazos de los sucesivos recortes de plantilla y de capacidad de unos astilleros que pese a sus continuas crisis no han dejado de ser el pulmón en el que respira la economía de la zona. Las antiguas Astano y Bazán han pasado por adelgazamientos de plantillas, limitaciones y cambios de actividad. Desde mediados de los ochenta, cuando la planta de Fene fue la cabeza de turco en el cambio de cromos entre el Gobierno español y Bruselas para la entrada del país en la UE y se desencadenó la primera reconversión, se han sucedido otros ajustes y planes de reestructuración, que culminaron en el 2004 con el último quiebro en el sector. Entonces, 1.400 trabajadores de las factorías de la ría fueron prejubilados y el astillero de Fene se quedó totalmente excluida del sector civil durante diez años.

Ahora no hay salidas anticipadas, al veto a la construcción civil le quedan poco más de ocho meses de vigencia y el Gobierno no ha puesto encima de la mesa un plan específico para el sector, pero el naval de la ría ha sufrido un desmantelamiento lento, que se inició hace tres años, cuando comenzó a agotarse la carga de trabajo, y que ha tenido como resultado la destrucción de más de 3.000 empleos -dos veces más que en la anterior reconversión- y los dos astilleros completamente paralizados. Una situación inédita. «Estamos mucho peor ahora que en el 84. Entonces aún había trabajo en Bazán, en Megasa, en Endesa..., ahora no hay alternativa», afirma Jorge Prieto, presidente del comité de empresa de Navantia Fene.

Las acciones de los trabajadores y las grandes manifestaciones comarcales han sido una constante pero el sector no ha podido evitar el crac. Los primeros operarios de industrias auxiliares ya han dejado de cobrar sus prestaciones y la fuga de empleados cualificados a otros países, como Holanda, en los que la construcción naval está en auge, son las consecuencias de la falta de ocupación en unas factorías que se hicieron mundialmente conocidas entre Marinas y armadores de todo el mundo.

«Yo nunca pensé en ver esto así y tampoco pasar por cosas que creí que ya no volverían a suceder, como actitudes de estado policial y el tener un presidente que se basa en imponer», asegura un veterano trabajador de la antigua Bazán. «Que saquen el libro de lo que tienen pensado hacer y nos digan qué va a pasar con esta empresa», añade, simbolizando la incertidumbre de una plantilla cansada.

En la situación confluyen «la crisis, la falta de trabajo y la incompetencia, terrible en el conjunto de la empresa, pero especialmente en Madrid. Tenemos un presidente que se ha dedicado en estos tres años a destrozar la imagen de la empresa y a hacer un organigrama que aún no ha acabado», afirma José Matesanz, que fue presidente del comité de empresa de Navantia Ferrol.

El flotel, insuficiente

El astillero de Esteiro volverá a la actividad en unos tres meses, con el arranque de la obra del flotel para la petrolera mexicana Pemex, pero el trabajo apenas alcanzará para la cuarta parte de la plantilla directa y se desconoce aún qué trozo del pastel arañarán las firmas auxiliares. La planta de Fene está excluida de ese contrato, por lo que al menos estará paralizada hasta finales de año.

La última vuelta de tuerca a la industria de construcción naval de la ría se ha ejecutado pese a la resistencia de la sociedad ferrolana. Pero no son pocos los que piensan que una vez que se concrete el nuevo buque anunciado por el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, Navantia desempolvará el plan de futuro aparcado en diciembre, después de la oposición frontal de las comarcas en las que asientan los astilleros y de que el dueño de los astilleros, la SEPI, admitiese que se cernían nubes negras sobre el sector. Una dosis extra de incertidumbre para una industria que lleva tres décadas sin poner fin a la reestructuración.