Todo empezó con una botella de color

SABE BIEN

MARTINA MISER

Cuando la denominación de origen Rías Baixas daba sus primeros pasos, Eladio Piñeiro ya se movía por Vilagarcía. En aquel momento supo apostar por la imagen, distinguiéndose de sus vecinos con una llamativa botella de color, que un potente grupo empresarial foráneo le compró para asentar sobre ella un renovado proyecto. Todos contentos. Para su segunda vida en el sector lleva por delante, a modo de guiño y declaración, la marca «Envidiacochina». Pues eso.

07 may 2017 . Actualizado a las 04:00 h.

Eladio Piñeiro Charlín (Vilagarcía, 1959) lleva dos vidas en el negocio del vino. La primera se pierde en los primeros años de la denominación de origen Rías Baixas. La segunda, después de un paréntesis de discreción y distancia, es la que ahora mismo disfruta, con una producción muy comedida, que lo coloca entre los productores de tipo medio, casi se podría ser que es uno de los más modestos. Marcas como Flore de Carme y Envidiacochina lo han situado en el mercado con una perspectiva muy alejada de aquella con la que irrumpió cuando lo que hoy es la primera denominación de origen de Galicia,

con una producción que supera la de todas las demás juntas, daba sus primeros pasos. De aquella primera vida de este emprendedor se habla, sin embargo, en alguna escuela de negocios, a modo de ejemplo de una forma de hacer las cosas, en la medida en que logró exprimir jugosos beneficios con una idea, con una marca y con el color de una botella, en vez de hacerlo con un vino, con una bodega o con un viñedo. Porque fue él quien se atrevió con una botella azul, que ahí sigue, ajena a él, en la primera división de los albariños. Porque, en efecto, fue él y no otro quien se atrevió, sabiendo del riesgo que tenía asomarse con un envase que lo iba a diferenciar en cualquier estantería para lo bueno y para lo malo. Porque igual que el cliente podía pedir su vino por la botella, aunque no recordara la marca, también podía solicitar cualquiera menos la de ese color. Arriesgó y le salió bien. Tan bien que, en un momento en el que tuvo necesidad de hacer caja por razones estrictamente particulares, en las que sumaba la salud y la familia, vendió la idea y se retiró el tiempo que precisó para atender sus otras cosas. Le faltaba algo, de todos modos. Y ha vuelto. Lo ha hecho sin urgencias ni prisas. Con el fruto de sus propios viñedos y en una nueva bodega situada en Sobráns, en Vilanova, lejos de su primera nave de Rubiáns, se permite elaborar dos vinos diferentes, sin presión alguna, con el deseo de aproximarse a las prácticas biodinámicas todo lo que permiten el suelo y el clima del Val do Salnés. Es difícil, bien que lo sabe, pero ha apostado por ese camino. Fue a inspirarse a Alsacia y Austria. Y también ha encontrado su tinto en el Alentejo, que etiqueta como La Coartada. Sus albariños se llaman Flore de Carme y Envidiacochina, un nombre que se presta a cuantas interpretaciones se quiera. Incluida la de algún figura que aún se sigue preguntando cómo pudo Eladio dar su tan azul pelotazo y arrancar de nuevo como si tal cosa.