La gallega que trabajó para Fidel

EXTRA VOZ

PEPA LOSADA

Juana Maseda no solo fue testigo, también participó en el movimiento clandestino que terminó encumbrando a Castro al poder. Un éxito que con el tiempo se convirtió en fracaso para ella

26 nov 2016 . Actualizado a las 19:12 h.

¿Por qué recordar el pasado? Para Juana Maseda fue como una necesidad. Un día empezó a escribir y acabó con 400 folios en las manos. Estaba en su casa, muy lejos de Cuba, geográfica y emocionalmente. Pero aquella isla siempre había ejercido un poder especial sobre ella. Cuando era pequeña escuchaba las historias de sus familiares emigrados. Hija de criolla, sus padres se habían conocido en el país caribeño. A los 14 años le dijeron que hiciera las maletas y se pusieron en marcha hacia ese nuevo mundo. «Saín dunha pequena aldea e cheguei a La Habana», rememora todavía con cierta admiración hacia la ciudad. Era la primavera de 1950. Este verano cumple 79 años. Vive en Lourenzá, en una casa azul como el océano y alargada como los casones indianos. Se excusa al principio por su memoria a corto plazo. Dice que se le escapan algunos detalles de lo que envuelve sus rutinas diarias. Los momentos que marcaron su adolescencia permanecen intactos. Reacia a conceder entrevistas que la obligan a viajar a aquellos turbulentos años, hace una excepción.

Con 15 años estaba más que integrada en la isla. Su padre tenía un negocio que iba bien y ella estaba matriculada en una academia de Periodismo, leía la revista Bohemia y soñaba con ejercer algún día. «Nas primeiras cartas as amigas daquí quedaron espantadas co da escola, ¡laica e mixta!», sonríe. Cuba vivía en ese momento en democracia hasta el golpe de Estado de Fulgencio Batista en 1952. Entonces todo cambió. Venían escapando de una dictadura en España y fueron a parar a otra. Recuerda Juana como las universidades cerraron y los comercios miraban de reojo la nueva situación. En casa, ella siempre ponía atención a las conversaciones de su padre: «alí maduras moito antes, ninguén che di: non fales diso que eres nova». Dos de los amigos del panadero Serafín Maseda eran Raúl Roa, que después sería ministro y embajador de Castro en la ONU, y Eduardo Chibás, fundador del Partido Ortodoxo en el que militó un joven estudiante de derecho llamado Fidel Castro. «Me encantaba escuchar a Chibás -comenta Juana, que por momentos se pasa inconscientemente al castellano-. Era una maravilla lo bien que hablaba. Era muy crítico con la corrupción en el gobierno y acabó suicidándose». El político se pegó un tiro durante una emisión de radio en directo.

Al llegar a clase, el ambiente de crítica contra el Batistado continuaba. «Preguntabas dónde estaba un compañero que hacía días que no venía y no había respuesta. Desaparecía y ya está. Los estudiantes dijeron ¡no más!». Juana empezó a tomar conciencia y un día, mientras visita la biblioteca del Centro Gallego, le propusieron ayudar llevando recados. «Era algo natural, todo el mundo lo hacía. De pronto te encontrabas a conocidos: ¡Anda, pero tú también estás aquí!, me dijeron una vez. Colaborabas porque deseabas que todo mejorase». Juana asegura que nunca tuvo miedo. «La ignorancia de la juventud. Solo me asusté cuando me tuve que escapar en el año 58. Era una chica joven. Con el uniforme del colegio y cuatro libros, de mí nadie desconfiaba. Un día, por ejemplo, iba a un comercio con la excusa de pagar el pan. Me decían que pasara y allí me daban una cantidad de dinero para financiar la causa. Lo del pan era solo una contraseña. Otras veces iba a la tintorería a por ropa, sé que era para Fidel», matiza. 

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Muchos de estos comerciantes eran gallegos y españoles. «Los militares entraban y se llevaban todo sin pagar y ellos estaban negros», apunta. Como por las mañanas también trabajaba en la oficina de una empresa importadora de tejidos, los viajes hasta allí se prestaban a hacer estos recados. «¡Me conozco La Habana mejor que España!», exclama. Juana hilvana cada uno de estos capítulos como el más riguroso de los cronistas. «Al final me descubrieron. No sé si alguien me vio y se chivó. Vinieron a mi casa y me interrogaron». Pero ella no se vino abajo. Obtuvo una plaza en el hospital de La Habana. Hacía electrocardiogramas. Y también seguía colaborando. Después del asalto a la Moncada en el 53 la actividad del Movimiento 26 de Julio creció y le hicieron  encargos más importantes. Tenía acceso a teléfonos que no eran «sospechosos» y a medicamentos.  

Mientras rescata todos estos recuerdos no para de quitarles importancia. Esta mujer tan apacible escondía una vida de película que el escritor Xavier Alcalá plasmó en el libro Verde Oliva (Ed. Galaxia). Las memorias que esta jubilada relató en sus ratos libres para sus dos hijas fueron el punto de partida. En la novela, el personaje prefirió que llevara otro nombre, Mariana. «Juana non só estivo na Revolución, tamén a fixo. O golpe contra Batista foi obra de catedráticos de universidade. Coidáronse moito de non deixar probas. Juana era enlace, conseguía financiación e tamén daba a cara en certas ocasións, foi así como coñeceu a personaxes coma Hemingway», subraya Alcalá. En un viaje a Miami, el escritor estuvo con Luis Conte Agüero, ahora líder de la oposición al régimen de Castro en el exilio y en su día uno de sus máximos colaboradores en el Movimiento 26J. «Conte Agüero confirmoume que el fora un dos xefes de Juana na rede clandestina». Ella rehúsa que la definan como una espía o agente, incluso le enfada. Insiste en que siempre fue una «colaboradora».

Juana se despidió de Cuba en 1958. Fue una salida forzosa. Una huida. La habían descubierto y su vida corría peligro. Su padre hizo todo lo posible para que pudieran regresar a Galicia. Unos meses más tarde se produjo la Revolución.  «Un día conocí a Fidel Castro. Fui a llevar un documento a un apartamento que tenían las hermanas. Antes de irme creo que me dijo algo así como que 'estaba contento de ver a una gallega ayudando'». Sentada en su salón, con las fotos de aquellos años a un lado, dice: «me pareció un poco presuntuoso». La mayor decepción vino cuando acabó convirtiendo una lucha por la libertad en otra dictadura. «Tanto pelear, tantos jóvenes que murieron, tanta gente que dio todo lo que tenía para eso», piensa. Aunque tuvo la oportunidad, ya no quiso regresar. «Para mí son recuerdos agradables. Quizá me equivoqué, como se equivoca mucha gente». En el libro de Alcalá Juana firma un duro epílogo dirigido a Fidel: «el único cubano descendiente de gallegos del que me arrepiento públicamente». La isla dejó de ser patrimonio de los yanquis para serlo de los Castro. Muchos de los que en su día lo auparon fueron represaliados. 

Como periodista que quiso ser, en casa no pierde detalle de lo que sucede en el país caribeño. Las relaciones con Estados Unidos se han retomado y la embajada ha reabierto en Washington. «Son como un matrimonio, de pronto se reconcilian y no sabes por qué. Hay muchos intereses por el medio que no conocemos. Siempre que escucho que se acercan posturas pienso: EEUU necesita azúcar». Juana hace una pausa. Continúa reflexionando, esta vez en gallego. «Sempre nos temos que preguntar cal é o porqué. Podo entender os motivos de Cuba pero, ¿Cales son os de Estados Unidos? Guantánamo creo que sempre estivo sobre o tapete». Juana nos confiesa que hay un vicio que se trajo de La Habana que nunca pudo quitarse de encima. Una bebida, la cola. Sin embargo, enmudece cuando le preguntamos por su alias. «Iso é algo que me levarei conmigo».