Vivir en un parque natural: ¿paraíso o infierno?

Iago García | Ruth Sousa

EXTRA VOZ

El parque natural de As Fragas do Eume es uno de los lugares más hermosos de Galicia, pero, aunque a primera vista lo parezca, no es oro todo lo que reluce. Informe en V (esta noche a las 22:30) recorre la zona comprobando su conservación, pero también lo que supone para los vecinos vivir en el parque

01 mar 2015 . Actualizado a las 11:59 h.

El próximo mes de junio se cumplen 18 años de la declaración de las Fragas do Eume como parque natural. Un ejemplo único de bosque atlántico en el que se pueden encontrar incluso helechos que permanecen intactos tras la última glaciación, y de eso hace unos 10.000 años. Pero a día de hoy todavía no existe un plan de uso y gestión, una herramienta básica, que ha de renovarse cada 5 años (debería estar en vigor el tercero) que establezca las normas concretas de uso por parte de visitantes, vecinos y comunidades de montes. «O plan veu a luz en xaneiro do ano pasado, aínda está en período de alegacións e polo tanto non entrou en vigor», apunta Xan Rodríguez Silvar, biólogo de la Sociedade Galega de Historia Natural. Precisamente esta organización divulgativa ha elaborado varios informes denunciando la situación de este tesoro natural. Y es que aunque de incontestable belleza, basta fijarse en las laderas del valle que recorre el río Eume para descubrir irregularidades. Especies arbóreas autóctonas como robles, castaños y abedules ceden terreno ante repoblaciones locales de eucalipto que se extienden con facilidad. «Nos lumes de 2012 as zonas que mellor resistiron foron as que non tiñan eucaliptos ou piñeiros, zonas con especies pirófitas máis resistentes ás lapas», añade Xan aportando datos sobre los daños que puede causar la invasión. De las 9.000 hectáreas de superficie se calcinaron en cuatro fatídicos días 350 de bosque protegido.

Recorriendo en coche los 12 kilómetros que separan la entrada a las fragas por Pontedeume y el acceso a A Capela se suceden áreas recreativas fácilmente inundables (en parte por la explotación hidroeléctrica del río), un centro de interpretación cerrado por las tardes entre semana y muestras de feísmo urbanístico en las riberas, es decir, en zonas de dominio público. «Non sei que herdanza lle queremos deixar desta xoia aos nosos netos, dende logo isto, non», dice Xan señalando una suerte de chiringuito sin recebar con las persianas metálicas comidas por el óxido. Está ubicado justo a los pies de la subida al Monasterio de Caaveiro, un templo que data del siglo X. Muchos turistas además de la postal en el monumento que en otra época albergó ermitaños, sacan fotografías al edificio en ruinas.  Y si es así en los lugares más visitados, es peor cuando uno se aleja. Porque el parque no es solo Caaveiro y su magnífico entorno; el parque es mucho más, aunque, para quienes viven en sus aldeas, ni está cuidado como debiera ni permite vivir del rural como cabría esperar.

Noemí Seijo restauró hace unos años la casa de sus abuelos. La forma más rápida de llegar a su casa, y la que a ella le permite ir a trabajar a Ferrol en un tiempo razonable, es una carretera absolutamente descuidada. Tanto, que resulta peligrosa. «Os eucaliptos nacen á beira da estrada e ninguén os corta», nos explica. Y recuerda que es Endesa la titular de al menos una parte del vial. «Temos que levar o machado e incluso unha motoserra no maleteiro porque moitas veces caen pólas secas e incluso árbores». La carretera, empinadísima, no facilita precisamente dar la vuelta. Pero ése no es el único problema. Nos explica que la normativa del parque es tan ambigua que no sabe qué frutales puede plantar en su propia huerta. Tampoco si puede desbrozar su monte ni cómo. Nos pone un ejemplo del surrealismo en el que vive: «Eu non podería ter un can se cos seus ladridos, por exemplo, molesta ós corzos. Eso en teoría pode ser motivo de sanción. Pero que un cazador lle pegue un tiro a ese corzo non perturba á fauna local»,

Ángeles Pita nació a los pies de las fragas. Aunque vive fuera del parque, acude con frecuencia. Es donde están sus raíces, buena parte de sus amigos y también sus propiedades. Coincide con Noemí en que la ambigüedad de las normas no ayuda en absoluto a que la gente se asiente en el rural. Nos explica que «co parque chegaron moitísimas limitacións e a resposta foi o abandono. O monte deixou de estar limpo. ¿E iso favorece ó parque? Iso só favorece ó lume». 

A cambio de nada

Ángeles y Noemí creen firmemente en que hay que proteger el parque, pero no a costa de sus vecinos. Normas sí, dicen, pero concretas, razonables y consensuadas con los propietarios. Porque dentro del parque, la propiedad privada se diluye. «É unha expropiación encuberta», asegura Noemí, que se muestra molesta por el uso público que se da de lo privado a cambio de nada. Ni dinero ni alternativas: «Se eu non podo usar unha desbrozadora, perfecto: manda unha cuadrilla da Xunta para que limpe a man. Eu non teño problema». 

Ángeles desmiente que haya compensaciones por los gastos que deben afrontar para cumplir las normas o por las pérdidas que estas causan. «Quero deixar moi claro», insiste, «que non nos dan nada. Din que subvencións, pero subvencións non son compensacións. Unha subveción é algo que pides para algo que fas e que podes ter ou non. Unha compensación é algo directo ó que tes dereito e nós nunca tivemos algo así».

Contratiempos

 Hipólito Oreiro vivió su infancia en el parque y, aunque su trabajo lo llevó por diferentes lugares, siempre quiso volver. Cuando lo hizo, todo fueron contratiempos y trabas para restaurar y para construir. También para cultivar o para tener animales. 

Él también cree que hay que proteger y cuidar la zona, pero cuestiona el cómo. Dice que se ha pervertido la norma hasta el punto de que «lo que no está permitido, está prohibido». «Hablamos de proteger especies», nos dice, «pero,  ¿el paisano no cuenta como especie? Es que mientras no cuenten con la gente, esto no va a funcionar».

Los vecinos, cansados de años de normas ambiguas, han presentado cientos de alegaciones contra el nuevo plan rector del parque. Apelan a un consenso que la Administración no parece contemplar. Viven en el paraíso, contra viento y marea.