Y el marido de la infanta respiró aliviado

M. Saiz-pardo PALMA DE MALLORCA / COLPISA

ESPAÑA

Atienza | efe

Urdangarin, que llegó en un vuelo «low cost», pasó de la tensión a la alegría al saber que podría regresar a Ginebra

24 feb 2017 . Actualizado a las 07:14 h.

Iñaki Urdangarin vivió ayer una intensa jornada. Salió a las cinco de la madrugada de su casa de Ginebra. Cogió solo, sin escolta, un autobús hasta el aeropuerto y viajó hasta Palma en una aerolínea de bajo coste. Cuando entró entre abucheos a las 10.15 horas de ayer a la Audiencia Provincial ya sabía que saldría en libertad porque era prácticamente imposible que la Fiscalía solicitara su entrada inmediata en prisión. Al marido de la infanta Cristina solo le importaba no poder regresar a Ginebra junto a su familia. Y su cara fue fiel reflejo de cómo evolucionaban los acontecimientos a su favor. Al final, cuando salía de vuelta a Suiza, incluso sonrió al centenar de personas que le gritaban «chorizo». Algunos quisieron ver en esa mirada algo de altivo.

No fue el primer gesto de satisfacción de Urdangarin ayer. Los que estaban dentro de la sala vieron al exduque de Palma bastante tranquilo durante todo el día, aunque solo respiró aliviado cuando leyó el fallo del tribunal que, no solo no le imponía los 200.000 euros de fianza que reclamaba el fiscal Pedro Horrach, sino que las tres magistradas no le quitaban el pasaporte y no le prohibían salir del país. Que todo lo que tenía que hacer era fichar el primero de cada mes en algún juzgado cerca de su casa en Ginebra. Sonrió. Hasta entonces, hasta que las tres juezas le informaron que podía volver de inmediato con su mujer y sus cuatro hijos a su residencia de Ginebra, Urdangarin había mantenido un rostro muy serio.

Dicen los testigos que el acusado no se relajó, más bien lo contrario, cuando Horrach reclamó la fianza, no tanto por el dinero sino porque abría la puerta a que el tribunal decretara una medida menos gravosa en términos pecuniarios pero más dolorosa en lo personal, la de no salir de España. Esas dos horas de zozobra, Urdangarin las pasó lejos de la mirada de extraños, caminando por los pasillos de la Audiencia. Sus gestos eran serenos, sus andares pausados, pero su cara seguía tensa y seria y denotaba preocupación extrema, según los que lo vieron.

El semblante le cambió y también la actitud, cuando supo que hasta dentro de varios meses no tendrá que volver a pisar España. Y eso solo si el Supremo no le salva. Urdangarin pareció «rejuvenecer».

Un billete a Suiza

La transformación también se vio fuera. Nada que ver con sus paseíllos anteriores por las diferentes instancias judiciales. Ni rastro del Urdangarin que instantes antes había entrado a la Audiencia con la mirada perdida. Ni rastro de la imagen de colegial desvalido de horas antes cuando llegó al tribunal con una mochila al hombro y un traje con jersey y corbata que bien pudiera haber sido un uniforme escolar. El marido de Cristina de Borbón había retomado la prestancia de los actos oficiales a los que acudía antes de que fuera marginado de la agenda oficial de la Zarzuela. Cuando abandonó el tribunal con el suave auto de medidas cautelares en una mano y el billete de vuelta a Ginebra en la otra solo le faltó saludar a las personas que se agolpaban en las inmediaciones de la plaza del Mercado para abuchearle. No le importó. No evitó la mirada de los que le abroncaban. Les sonrió, sin más. No pareció una mirada de desprecio. Fueron solo unos segundos antes de que se montara en el coche que le había traído desde el aeropuerto. Pero fueron suficientes para ver que Urdangarin, que ya había respirado aliviado, parecía estar feliz y a miles de kilómetros de Mallorca, viendo los Alpes suizos de nuevo.