Histórico y necesario, pero insuficiente

ESPAÑA

19 abr 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

La petición de perdón del rey demuestra que conoce su oficio. Lo que agrava aún más la impertinencia de su comportamiento. Porque si ayer puso en evidencia que sabe captar por dónde respira el pueblo español, con la misma razón cabe deducir que era perfectamente consciente de que el sufrimiento de los ciudadanos ante la persistente crisis económica casa mal, muy mal, con esa imagen de potentado decimonónico dedicado a sus placeres y ajeno a la realidad que le rodea.

Bien está que pida perdón. Se trata de un gesto histórico, inusual en un monarca. Le honra, pero con ello no es suficiente. Porque no es como un niño que, pillado en un renuncio, se disculpa tímida y atropelladamente. Ni basta con un simple acto de contrición, como aquel conductor que se lamenta de las víctimas causadas en un accidente fruto de su manifiesta temeridad. El valor de la monarquía se sustenta en lo simbólico, como depositaria de una confianza que sirve de argamasa que confiere unidad a los pueblos. El rey ha roto esos hilos invisibles y con ello ha desprestigiado la institución que encarna, está por ver si irreversiblemente, y ha traicionado el afecto de los ciudadanos en el momento en que estos más necesitan referentes sólidos y liderazgos morales intachables. Por eso no basta con pedir perdón. Para recuperar la confianza perdida, don Juan Carlos deberá rectificar y corregir aquello que de verdad está en el trasfondo de esta carcoma de la legitimidad. Más allá de la insensibilidad del cazador en la sombra, el problema de fondo es el oscurantismo y la opacidad de la institución, que atenta contra un principio esencial e inexcusable en toda democracia, el de transparencia.