«La historia económica de Galicia es una desconocida»

Rubén Santamarta Vicente
r. santamarta REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

PACO RODRÍGUEZ

El periodista reivindica el papel de los primeros emprendedores gallegos

25 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante seis años, y con alguna excepción estival, Fernando Salgado (Monterroso, Lugo, 1953) no falló a su cita con la última página del Mercados, el suplemento económico de La Voz. Ahí desgranaba la cara B de la economía gallega, recuperando algunas de las más curiosas historias que han marcado el devenir de este país. Ahora, esos cientos de relatos históricos se recuperan en cuatro tomos, una colección patrocinada por Jealsa que esta tarde se presenta en el Museo Santiago Rey Fernández-Latorre. El primer libro, Los surcos y la simiente, se entrega este domingo con La Voz.

-¿Cuál era la materia prima para escribir esas historias?

-La materia prima me la proporcionaron los grandes investigadores de nuestro pasado económico, como los profesores Xoán Carmona, Luis Alonso Álvarez o Ramón Villares, por citar solo algunos de los más sobresalientes. Y los periódicos de la época, cuyas noticias me permitieron en muchos casos humanizar los personajes. Y los grandes escritores, como Rosalía, Valle-Inclán o Emilia Pardo Bazán, que unas veces aparecen como protagonistas de algunas historias y otras veces describen la atmósfera y vivencias de la época.

-Era una sección con una gran respuesta del público.

-A juzgar por los mensajes recibidos, la acogida de estas historias, en el Mercados, fue excelente. Hubo cartas y llamadas para indicarme algunos datos erróneos, otras para agradecerme que rescatase a sus abuelos del desván del olvido, algunas incluso para decirme que les había descubierto raíces familiares que desconocían... Recuerdo la llamada del hijo o nieto de Clemente Fernández, un sarriano, tío abuelo de los fundadores de Zeltia y Pescanova, que abasteció de carne gallega a Madrid y explotó las minas del Rif. O la de mi amigo Uxío Labarta, sobre cuyo bisabuelo, el boticario Jovita Labarta, había yo escrito sin relacionarlos a ambos.

-¿La historia más sorprendente?

-Más que historias sorprendentes, hay datos o detalles llamativos. Yo no sabía, cuando comencé la serie, que el papel de la primera edición de Cantares gallegos estaba fabricado con trapos, lo que simboliza espléndidamente el carácter popular de esa obra de Rosalía. El editor, Juan Compañel, utilizaba papel suministrado por la fábrica La Cristina, en Lavadores, de la que era propietario el conservero Curbera. Tampoco que dos músicos italianos, los hermanos Servida Francapani, contratados para tocar la trompa en la catedral de Santiago, fundaron la primera fábrica de curtidos de la ciudad. O que el masón alemán Jacob Merckel levantó la primera fábrica de cerveza gallega, en A Gaiteira, nada menos que en 1808. Así, cientos.

-No quiere ser un libro de historia, pero aquí hay muchísima, la de los tipos secundarios. ¿Hay grandes olvidados en la historia económica de Galicia?

-La historia económica de Galicia es una gran desconocida. Pregunta usted quién fue Sanjurjo Badía y le responderán que es una calle de Vigo. Yo viví muchos años cerca de la rúa de Os Alcabaleiros, en la capital coruñesa, pero esa calle se llama hoy Caballeros. Los munícipes que cambiaron el nombre no tenían ni idea de qué eran las alcabalas ni quiénes eran los cobradores de alcabalas. Yo creo que el problema reside en nuestro sistema educativo, que ya desde el bachillerato se centra en la historia política, cuando no en la mera enumeración de reyes y mitos.

-¿Y qué aportan, en ese marco, estas «Historias de Galicia»?

-Son un intento de divulgación de las espigas que esos historiadores cosecharon laboriosamente. Si acaso, les añade humanidad a los personajes que construyeron este país.

-Uno leía los reportajes y tenía una doble sensación: orgullo por el carácter emprendedor que han demostrado muchos gallegos, pero una cierta decepción porque muchos proyectos terminaron perdiéndose. ¿Lo comparte?

-Parcialmente. Hay proyectos que se agotan y mueren plácidamente en la cama porque se ha completado su ciclo. Aquellas modernas fábricas de sombreros que había en A Coruña en el siglo XIX, como la adquirida por Jean François Barrié d’Abadie, desaparecieron porque la gente dejó de taparse la cabeza. Pero siempre queda un poso, un sustrato, una cierta cultura empresarial. ¿Cómo no ver, en los escaparates de Zara abiertos en todo el mundo, la huella de aquellas mujeres campesinas que tejían el lino o, más cerca de nuestros días, el potente grupo textil creado por José Regojo en Redondela?