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ECONOMÍA

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Trabajadores jóvenes y veteranos de diferentes sectores confrontan sus experiencias profesionales en el Día del Trabajo

01 may 2017 . Actualizado a las 13:01 h.

Poco queda de aquellas empresas en la que todo, o casi todo, lo hacían los trabajadores con sus manos. Permanece, eso sí, el saber de los más veteranos. Esos que levantaron las empresas a fuerza de tesón y que ahora ceden el testigo a unos jóvenes formados en el siglo XXI. Son los que toman hoy el mando, un grupo castigado por el paro, con casi un 25 %, y la emigración, pero que trata de encontrar su espacio laboral. En este 1 de Mayo se encuentran las dos generaciones.

«Todos me dan consejos»

«Estoy en una gran empresa que me ha dado muchas oportunidades, pero en 40 años ha habido de todo. El peor día fue con el Klaus, en el que Galicia se convirtió en un cero eléctrico». Juan Antonio Gómez, de 61 años, pasará a la jubilación en uno, y aunque afirma que se marcha contento, no olvida la huella que le dejaron los compañeros que le fueron enseñando en la central térmica de Endesa en As Pontes, en donde es actualmente el más antiguo. Trabajador de operación, en la sala de control, recuerda cuando llegaron a ser 700 personas en la planta, número que se ha reducido actualmente hasta 180. «Esta central ha sido el motor del Eume, pero los jóvenes vienen en condiciones que ya no son con las que empezamos nosotros. El testigo que les dejamos no es el mismo que nos dejaron a nosotros», reflexiona.

También para Pablo Menéndez (27 años), el último en incorporarse a la plantilla de la térmica, en el departamento de mantenimiento, la ayuda de los veteranos es de lo mejor que se está encontrando. «Vengo de las ETT y esto es otro mundo. Antes no tenías derecho a vacaciones ni a nada. Sé la suerte que tengo, con un trabajo estable e indefinido. Aquí todos me ayudan y me dan consejos», valora.

«No era lo mío, pero engancha»

«Yo inicialmente no pensé que fuera esta mi vocación, pero una vez que la descubrí reconozco que me enganchó», confiesa Mabel Touriño (30 años), que además añade que «era de letras». En su caso fue su madre -también enfermera- la que sembró en ella el gusanillo por la profesión, que poco a poco fue aumentando. En el caso de Inés González (49) se trata de algo vocacional, a lo que se sumó que un familiar suyo sufriera problemas médicos. «Eso me animó todavía más a meterme de lleno en la profesión», explica.

Ambas coinciden en señalar el Grado en Enfermería como punto de inflexión más importante desde que Mabel comenzó a tratar con pacientes hasta que le llegó el turno a Inés. «La carrera se ha hecho mucho más práctica. Luego depende de cada uno, porque la profesión la engrandece cada profesional, pero yo creo que hoy tienen mucha más formación», opina la que hoy en día se encarga de dirigir el área de enfermería del Complexo Hospitalario Universitario de Ourense. «Tenemos seminarios en clase en los que se practica, incluso diferentes técnicas, de hecho yo mi primera vía la cogí en una clase. Luego también es de agradecer que los compañeros sean tan buenos y enseñen tanto», puntualiza la más joven.

«He visto crecer a esta empresa»

Marisa Lojo (57 años) es una de las veteranas del grupo conservero Jealsa-Rianxeira, en el que inició su actividad hace 44 años. Empezó en la planta de limpieza y enlatado «cuando se cortaba el pescado con una sierra y un machete» y ha ido pasando por diversos puestos, hasta convertirse en encargada y responsable de almacén y envíos. Recuerda cuando todo se hacía de forma manual «cargábamos las cajas en los camiones una a una. Entre la forma de trabajar actual, con tecnología punta y todo tipo de maquinaria, y la anterior media un abismo. Yo he visto crecer a esta empresa». Después de tantos años, Marisa Lojo no duda en afirmar que «mis jefes son como de la familia, ojalá hubiera más empresas así».

Junto a ella, Germán Mosquera (25), que se incorporó a la plantilla de la compañía hace siete meses. Es el primer empleo de este ingeniero técnico, después de dos años como becario. Adjunto al jefe de producción, señala: «Soy afortunado, este trabajo me proporciona seguridad a nivel personal y profesional, porque me dan cancha para tomar decisiones». Viendo la trayectoria de su compañera, no es de extrañar que se sienta satisfecho: «Que confíen en mí para un proyecto de futuro es algo que me halaga».

«Era más fácil antes, éramos menos»

Siendo el gallego uno de los pueblos con mayor litigiosidad de España, pudiera parecer que el oficio de abogado es un chollo. Nada más lejos de la realidad. Ramón Sierra (52 años) y Daniel Barreiro (25) son abogados y a los dos les ha tocado vivir tiempos muy distintos dentro de la profesión. El primero, colegiado desde hace 25 años, recuerda que «antes era mucho más fácil trabajar». Sobre todo, porque antes eran bastantes menos. Sierra da un dato para la reflexión: «Hay más abogados colegiados en el área metropolitana coruñesa -cerca de 7.000- que en toda Holanda». Recuerda que en los noventa, con poner una placa en el portal, «uno salía adelante». Hoy no es así. Asiente Daniel Barreiro, pasante del despacho. Habla de precariedad en la profesión, de sueldos míseros, de crisis. «Hoy en día es imposible ponerte por tu cuenta. La única salida es incorporarse a un despacho y trabajar mucho». Y formarte en una rama especializada del Derecho, ya sea penal, civil, social...

«É un orgullo poder ser gandeira»

A Manuel Donsión (75 años) y a María Manteiga (21 años) les separan 54 años de edad y 20 kilómetros entre granja y granja, ambas refeentes en gestión en Deza. Ella ganó muchos concursos como joven manejadora. El primero, en Feiradeza, asesorada por él: «Eras moi pequena», recuerda. «Pero gañei», replica ella. Enamorados ambos de la profesión ganadera, Manuel gestionó bien la vida dura desde una joven orfandad. «Vin a escola só por fora», dice; y afirma que la ganadería permite una vida digna. María, con formación y a poco para incorporarse, lo respalda al vivirlo a diario; y aguarda que, como en países de Europa que visitó, en España llegue a ser «un orgullo moi grande ser gandeira». Garantiza que lo suyo «é vocación, crecín e sempre quixen estar cos animais». Manuel no lo duda: «Se ten paixón, e nótaselle, vai encamiñada, porque eu tívena» y le recomienda «ser valente, con ilusión e paciencia». María, que sabe dónde se mete, está en claves de mejora genética. Él pone el dato: «Empecei con vacas de 20 litros ao día e hoxe dan 60».

«Non hai xente para embarcar»

A bordo del arrastrero de litoral Pino Ladra, recién llegado a Celeiro (Viveiro) «porque hoxe pescamos ben», el capitán José Pino (55 años) y el marinero Pedro Fernández (29) hablan de sus trabajos. «Cambiaron as condicións laborais, sociais, a habitabilidade dos barcos, a comodidade... Antes tiña moita máis facilidade quen quería vir ao mar; hoxe é lamentable, para ser capitán de pesca fai falta tanto coma para que un médico aprobe o MIR. Os recursos están tan saudables como cando empecei, pero non se pode regular o mar desde un despacho, como se fora una fábrica de ladrillos. Quero invitar porque non hai xente para embarcar, e gáñase pasta», explica el veterano José Pino. «Empiezo en la pesca buscando una salida laboral, la vida te va echando al mar. Siempre me lo planteé, pero con titulación, porque, si te formas, es un mundo atractivo. Es una profesión dura, tanto física como mentalmente, pero es bonita», cuenta el joven Pedro Fernández, quien antes de ir a bordo trabajaba en la lonja local.

«O ambiente segue a ser familiar»

Ricardo Añón (56 años) llegó a la fábrica de Calvo de Carballo en 1988, tras dos años en otra empresa, y ahí sigue 29 años después. A pesar del tiempo que ha pasado y de que ahora la compañía es una multinacional hay pocas diferencias, sobre todo porque la familia propietaria sigue presente, aunque menos que antes. A pesar de eso, «o ambiente segue a ser familiar», dice. Trabaja en control y recuerda que cuando empezó había un ordenador central. El primer PC llegó más tarde y costó 1.386.000 pesetas. Era enorme.

Cuando Ricardo llegó a Calvo el trabajo de María Carreira (38) ni siquiera estaba en la mente de nadie. De hecho, no existió en Calvo hasta hace 6 años. Ella es técnica de Prevención y Medio Ambiente. Antes estuvo en otra multinacional y en empresas más pequeñas, pero para llegar a Carballo hizo una carrera, dos máster y empezó Ingeniería Industrial por la UNED cuando llegó al paro a causa de la crisis.

Lo que les une es que ambos ven a Calvo como una empresa familiar, con buen ambiente de trabajo y en la que ambos se quieran jubilar. Para él es su segundo empleo y para ella, el cuarto.

«El sector naval no va a volver a ser nunca lo que fue»

A Carlos Gómez y Noemia Iglesias les separan 30 años y eso, pese a que trabajan en el mismo sector, se evidencia en sus respectivas vivencias laborales. «Antes, quizá porque había más conciencia de clase, había más compañerismo, más unidad y más compromiso», sostiene Carlos, de 60 años. «Yo eso no lo he vivido. Quizá porque estamos en un sector con mucho paro, cada uno va un poco a lo suyo tratando de hacerse un hueco», dice Noemia, de 30.

Carlos lleva trabajando en distintos astilleros de la ría de Vigo desde los años setenta. Primero en Freire, luego en Santodomingo y ahora en Armón. Ha vivido el auge y el declive del sector y si una cosa tiene clara es que «el naval no va a volver a ser nunca lo que fue». Como no lo va a ser, añade, el Primero de Mayo. «Antes nadie se planteaba no asistir a la manifestación, hoy...». Noemia asiente ante las palabras de Carlos, pese a que ella se sitúa en el bando de las comprometidas porque, dice, se lo inculcó su padre.

Lo que echa de menos Noemia en estos nuevos tiempos es que no haya más mujeres en los talleres. «En mi empresa llegamos a ser tres, pero ahora soy la única», dice.

«Ahora quieres un enólogo y lo tienes, antes te volvías loco»

Iago Lorenzo (23 años) lleva tan solo dos semanas trabajando como técnico de campo en Condes de Albarei, la cooperativa de la que Manuel Padín Pérez (74 años) es el socio número uno y viticultor. En el transcurso de una amena charla el que es uno de los fundadores de la bodega describe un trabajo que ha evolucionado a pasos agigantados. «Hay mayor especialización. Ahora quieres un enólogo y lo tienes, antes te volvías loco», apunta.

Esa profesionalización es precisamente la que ha provocado que los sistemas de poda y de sulfato hayan dado un drástico giro en los más de 25 años que lleva en funcionamiento la bodega. También variaron los problemas. «El mayor inconveniente que encontramos ahora es la sequía», apunta Lorenzo sobre los terrenos a los que acude para comprobar que todo está bien.

Aunque sus funciones son distintas, los años de experiencia hacen que, al hablar del campo, Padín le de su primer consejo. «Vívelo y observa mucho», le dice al recién llegado, que se reúne tres veces a la semana con los socios para darle sus recomendaciones. Algo más ha cambiado. «Lo tienen mucho más complicado», asegura Padín.

«Las condiciones son mejores»

Las condiciones en Renfe empezaron a mejorar a principios de los años ochenta. La modernización del ferrocarril trajo más seguridad para los trabajadores, mejores medios técnicos y salarios incomparablemente más competitivos. «Las condiciones hoy son mucho mejores que entonces», dice José Mario López. Él tuvo suerte. Empezó a trabajar como maquinista en 1981. Ahora tiene 57 años, le quedan cuatro para jubilarse y las perspectivas para los pocos compañeros que entran son otras. Lo sabe bien Guillermo Mendoza Cerezo, un maquinista burgalés, del barrio de Gamonal, que con 27 años es el más joven de la talluda plantilla de maquinistas de Monforte. «Después de mí, el siguiente tiene 37 años y el segundo ya 49», bromea. El monfortino José Mario es de padre y abuelo ferroviarios, pero Guillermo no sabía nada de este mundo hasta que hizo caso del impulso que le decía que maquinista era la profesión que quería para él. Ninguno se arrepiente, pero los dos temen que el futuro del oficio no sea prometedor. Primero fue el desvío del negocio hacia el transporte por carretera. Ahora, la entrada de las empresas privadas. «Las condiciones son buenas, sí, pero pueden empeorar», advierte Guillermo.

«No hay nada como este trabajo»

Si uno tiene dudas sobre la enseñanza pública gallega, necesita tener una charla con Suso Portela (53 años) y Fran Martínez (33). El primero lleva tres décadas ejerciendo como profesor de Lengua y Literatura Española. Ha sido director, jefe de estudios, tutor de todos los cursos... Podría pensarse que no le queda nada. Pero él se pone un reto: «Me encanta esto, pero me tienta marcharme un tiempo a dar clases a Alemania. Opositaré a ver si lo consigo». El segundo, Fran, tiene plaza propia desde hace un año. Estudió Historia y su primer objetivo era quedarse a investigar en la universidad. Luego, se puso a opositar pese a que no había forma de que convocasen los exámenes. Dice que la vocación de docente lo encontró a él: «Empecé como sustituto y me encantó dar clases. Enseñar a los jóvenes es maravilloso». Trabajan ambos en el instituto Valle-Inclán de Pontevedra. Y los dos son unos entusiastas de lo que hacen. Citan a alumnos que les dejan con la boca abierta hablando de Borges o de cine clásico. De estudiantes sanos que, cuando hay un problema de convivencia, piden ayuda. De una juventud agradecida y preparada. Al unísono, dicen: «No hay trabajo mejor que este, no lo hay».

«Tuve suerte al encontrar empleo»

Espina Obras Hidráulicas es una empresa puntera en ingeniería para el tratamiento del agua. Adrián Puente (28 años) es su ingeniero más joven. Tiene trabajo estable y se considera bien remunerado. Lleva el departamento técnico de proyectos a nivel nacional e internacional.

«Tuve suerte al hallar este empleo en un momento muy difícil; un trabajo que tiene que ver con lo que he estudiado. Hay compañeros míos que no han tenido esa oportunidad», explica Adrián, quien representa un futuro que ve con optimismo mientras otros colegas o gente de su edad tienen dificultades para emplearse. Andrés Baluja (55 años), uno de los empleados más veteranos, cree que no solo es suficiente la formación sino que también cómo trabaja cada uno cuando entra en un empresa.

«En las más de tres décadas que llevo aquí he visto de todo; los intereses de los bancos al 18 % o la época de más 300 empleados en plantilla», ironiza. Sobre la realidad, Andrés cree que la noticia buena es que han sobrevivido, que «estamos vivos», pero advierte que el «país no anda porque el dinero público no lo ponen a circular y a moverse».

Esta información ha sido elaborada por B. Couce, E. Filgueira, A. Gerpe, A. Mahía, P. Viz, S. Serantes, C. Viu, S. Antón, M. Santaló, C. Cortés, M. Hermida y M. Beramendi.