Los adictos al tajo, sin horas extras

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ECONOMÍA

YUYA SHINO | reuters

Polémica en Japón por la reforma que suprime el pago de jornadas fuera del horario laboral a unos trabajadores que descansan nueve días al año

26 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La élite de los trabajadores de traje y corbata ya no tendrá derecho a cobrar sus horas extra en Japón, una reforma que inquieta en un país donde la adicción al trabajo puede conducir hasta la muerte.

Esta obsesión casi le cuesta la vida a Teruyuki Yamashita. Agotado tras acumular viajes de negocios al extranjero, y después de varias noches en blanco, este exjefe de ventas terminó hace seis años en un hospital, víctima de una hemorragia meníngea.

Yamashita, de 53 años, sobrevivió al cabo de tres semanas en cuidados intensivos, pero se quedó ciego.

Igual que este ejecutivo, muchos trabajadores japoneses aceptan sobrecargarse de trabajo en detrimento de su familia o de su salud, una situación que produce cada año varias muertes por ictus, crisis cardíacas o suicidios.

Este fenómeno está tan extendido en Japón que se le da una nombre, karoshi -literalmente «muerte por exceso de trabajo»- y es reconocido como una enfermedad profesional.

Sin embargo, el mes pasado, el Gobierno conservador de Shinzo Abe aprobó una reforma que autoriza a las empresas a suprimir el pago de horas suplementarias, a partir de las 40 semanales y para quienes ganan al menos 10,75 millones de yenes anuales (80.000 euros).

¿Trabajar más sin ganar más?

Los empleados afectados por la reforma serán a partir de ahora remunerados en función de sus resultados y no según las horas que pasen en la oficina, alegan los defensores del texto, que esperan su próxima aprobación por parte del Parlamento. Estos aseguran, además, que el proyecto es un medio para mejorar la productividad en Japón, habitualmente considerada baja, sin necesidad de eternizarse en la oficina.

Pero algunos expertos temen que los empleados afectados por la reforma no se atrevan a rechazar pasar algunas horas más en la oficina, y ello sin remuneración suplementaria. «El Gobierno quiere crear un sistema en el que las empresas ya no tendrán que pagar las horas suplementarias», se queja Koji Morioka, profesor de la Universidad Kwansei Gakuin, que teme una «aceleración de las muertes por exceso de trabajo».

Es cierto que las mentalidades empiezan a cambiar en Japón, pero todavía un 22,3 % de los japoneses trabajan 50 o más horas por semana, mucho más que el 12,7 % registrado en Reino Unido, el 11,3 % de Estados Unidos o el 8,2 % de Francia, según datos de la OCDE.

En lo que respecta a las vacaciones pagadas, el 16 % de los empleados japoneses (a tiempo completo) no descansaron en el 2013, rehusando ausentarse debido a un sentimiento de culpabilidad, según un estudio elaborado por el Gobierno. En promedio, los nipones solamente disfrutan de vacaciones nueve días por año, la mitad del tiempo al que tienen derecho.

Casi 200 muertes y suicidios

Ese mismo año 2013 se registraron 196 muertes y suicidios en Japón debido al exceso de trabajo, y ello no es más que la parte visible del iceberg, subraya Shigeru Waki, profesor de la Universidad Ryukoku. «Hay muchos más que han muerto por causa de exceso de trabajo, pero es muy difícil probarlo», asegura.

Con esta nueva ley, los directivos de una empresa ya no tendrán modo de comprobar el número de horas suplementarias trabajadas, y por ello será más difícil evaluar la magnitud del problema, advierte Waki.

Entre los detractores de la reforma que impulsa el Gobierno nipón se encuentra la madre de un joven empleado de 27 años que se suicidó en Tokio en el año 2009, agobiado por el exceso de trabajo y que acumuló centenares de horas extraordinarias no tomadas en cuenta oficialmente. «Mi hijo no volverá, pero yo quiero erigirme en la portavoz de otros jóvenes» asegura ahora su progenitora.

Seis años después de haber sufrido su hemorragia meníngea, Yamashita admite que no vale la pena matarse en el trabajo. «Estaba tan ocupado que ni siquiera vi crecer a mis hijos. Más me hubiera valido dedicar mi vida a mi familia», constata ahora, con amargura.