El campo deja de ser el refugio de los jóvenes en la salida de la crisis

Mario Beramendi Álvarez
MARIO BERAMENDI SANTIAGO / LA VOZ

ECONOMÍA

xoan a. soler

Tras crecer en el 2013, Galicia contabilizó 1.800 ocupados menos en el 2014

18 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El medio rural gallego se convirtió durante los momentos más duros de la crisis económica en un refugio temporal de los más jóvenes. Expulsados del mercado laboral por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, y sin apenas oportunidades en los servicios, muchos volvieron a sus casas y se ocuparon en las explotaciones familiares. Los datos de la encuesta de población activa (EPA), que difunde el INE, muestran cómo entre los meses de diciembre de los años 2012 y 2013, la ocupación del medio rural creció en 1.300 personas en la cohorte de edad que va de 25 a 34 años. Era un momento de profunda destrucción de empleo, especialmente en los jóvenes, pero el campo repuntaba.

Si se analiza lo ocurrido en el siguiente año -es decir, entre el último mes del 2013 y del 2014-, se constata un descenso de 1.800 empleos en el mismo tramo de edad. En la salida de la crisis, o en el inicio de la recuperación, el campo deja de ser una alternativa para los jóvenes ante las nuevas oportunidades laborales en el entorno urbano, por precarias y eventuales que sean.

Errores pasados

«Los datos evidencian que el sector primario es una alternativa temporal; si se encuentra algo mejor en otros territorios o en otros sectores, salen de ahí», sostiene Patricio Sánchez, profesor de la Universidad de Vigo, quien recuerda además la mejora de la actividad que se está produciendo en la hostelería en otras comunidades y el repunte de la construcción. Muchos de los jóvenes expulsados del mercado laboral tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en el 2008 había abandonado prematuramente su formación. Una vez en paro, hallaron muchos problemas para recolocarse por su baja cualificación. Ante la necesidad de volver a ganar dinero, algunos regresan ahora a los mismos empleos eventuales de la construcción y la hostelería, sin corregir su déficit formativo.

Las razones

La provisionalidad de la vuelta al medio rural tiene su explicación en varios factores. Hay una crisis estructural de las actividades tradicionales, con problemas de rentabilidad, tal y como prueba lo sucedido con el sector lácteo. Y la calidad de vida en muchas zonas del rural, en cuanto a servicios, sigue muy lejos de la oferta urbana. No resulta sostenible económicamente prestar servicios para multitud de núcleos diseminados, lo que afecta al día de día. Sobre todo para los jóvenes, en lo que concierne a educación, sanidad y servicios sociales. La crisis y los recortes han agudizado esta brecha.

Duras condiciones

«A todo esto se suma que los trabajos del campo son especialmente duros y requieren atención los 365 días del año», recuerda Javier Iglesias, de Unións Agrarias. Esto ha desencadenado un sentimiento, muy arraigado, de que las generaciones futuras siempre vivirán mejor en las ciudades. A diferencia de otras zonas de Europa, el cooperativismo y la economía social, la mejor herramienta para luchar contra esta realidad, gozan en Galicia de una menor tradición. El resultado de todo esto, más allá del ida y vuelta de los jóvenes en la crisis, es que el medio rural gallego ha perdido la mitad de su población ocupada en la última década. Y que en marzo de este año, último dato disponible de la EPA, contabilizaban solo 45.900 personas, la cifra más baja de la serie histórica.

El nuevo éxodo de menores de 35 años agrava el problema estructural demográfico del medio rural, profundamente envejecido. Sobre todo si se tiene en cuenta que la caída de la ocupación afecta en mayor medida a las mujeres por debajo de 40 años, en el inicio de la vida adulta.

El medio rural ha perdido la mitad de su población ocupada en la última década

La invisibilidad del trabajo rural femenino

La desigualdad de género cobra una especial relevancia en el campo, lo que dificulta el relevo generacional y las bases indispensables para revitalizar la maltrecha demografía del medio rural, especialmente en Galicia, cada vez más envejecido. Según los últimos datos actualizados por la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur), el 43 % de los trabajadores sin retribución en la actividad agroganadera son mujeres, de las cuales, el 26 % son propietarias o copropietarias de explotaciones. De ahí que los diferentes colectivos demanden una normativa que reconozca la titularidad compartida en las granjas. Un problema visible en Galicia, pero también extensible al resto de comunidades autónomas.

Problemas estructurales

La revitalización del medio rural gallego y la necesidad de corregir los constantes desequilibrios entre la Galicia atlántica y el interior pasa, a medio y largo plazo, por corregir algunos problemas estructurales que la comunidad viene arrastrando desde hace ya décadas. Y a los que por ahora no se ha ofrecido una solución que arroje resultados. Por ejemplo, la estructura minifundista de la propiedad de la tierra agraria o forestal, lo que merma la rentabilidad del trabajo.

A lo largo de décadas, los poderes públicos se han gastado en la comunidad gallega decenas de millones de euros para concentrar tierra sin uso. Y a día de hoy hay 850.000 hectáreas abandonadas, lo que genera un cuantioso gasto público, tal y como se demuestra cada verano con los incendios forestales. Este es un problema que lastra uno de los sectores con mayor potencial de crecimiento y que está llamado a fijar población rural en el futuro: la actividad forestal. Las industrias madereras estiman que un tercio del bosque es improductivo.

Apoyo de las instituciones

El desprestigio social del trabajo y del modo de vida en el campo, gestado a lo largo de generaciones, sigue muy vivo, a diferencia de lo que sucede en otros Estados de la Unión Europea, como Francia y Alemania, por ejemplo, donde las instituciones arropan a los habitantes del rural para el asesoramiento y la provisión de servicios.