El discurso oficial ha pasado de los despachos a los barrios. Innegable. La recuperación de la economía española fue una realidad primero en la cabeza de un estratega de la Moncloa, y bastante tiempo después, en la calle. La virtud, o la potra, de aquel fontanero de Rajoy fue advertir que, al contrario que el mantra de Zapatero «no hay crisis», el «hay recuperación» se terminaría convirtiendo en una realidad. Porque hay recuperación. Discutamos de qué tipo, a qué velocidad, si está llegando a todos por igual, si es comparable a la de Japón o a la Alemania, si lo es porque se está tirando de los ahorros, si recuperaremos prestaciones públicas perdidas, si hay desahucios, indigencia, recortes... Pero hay aire. Ahora bien, como este es un año de citas electorales -cuatro, salvo que Rajoy se saque un conejo de la chistera y retrase la suya-, y este un país de complacencias, se corre el riesgo de morir de éxito y caer en el absurdo. Luis de Guindos el 1 de enero, en plena resaca de Nochevieja, dijo esta cosa tan calamitosa: «Los españoles han perdido el miedo a perder el puesto de trabajo». Y ministro, el miedo, por bien que pinte la macroeconomía, es libre...