«Somos persoas normais que necesitamos cartos, nada máis»

María Hermida
maría hermida RIBEIRA / LA VOZ

ECONOMÍA

monica ferreiros

En As Redondas, un lugar de Boiro en el que las mariscadoras no vigilan por la cantidad de furtivos, los protagonistas de esta lacra hablan sin tapujos

31 ago 2014 . Actualizado a las 14:08 h.

Coincidiendo con la bajamar, las mariscadoras de Boiro vigilan en la playa de Mañóns para alejar a los furtivos. Un día cualquiera de la semana, una comprueba cómo las mujeres hacen que un chaval que coge almeja se marche por donde vino. Mientras una de las productoras reconoce que, como madre que es, le duele el corazón al tener que echar a un adolescentes «que sabe Deus por que están aí», el joven pronuncia una frase: «Mandádesme marchar a min, pero cos que están alí nas Redondas non vos metedes». Se hace el silencio. El chico se marcha. Y las mariscadoras reconocen que lleva razón; que en las Redondas, una zona pegada a la turística playa de Mañóns, ellas no se atreven a entrar. Toca comprobar qué ocurre en tal sitio.

A As Redondas no se llega de casualidad. Las pistas que llevan al lugar tienen como único destino un pequeño trozo de litoral con islotes. Nada más pisar la arena, se divisa al primer furtivo. Es un hombre que por la talla bien daría un pívot. Encarna la imagen del furtivo violento capaz de dar un golpe al que le saque de la playa. Pero la conversación con él es de todo menos airada. «Estou no paro, a miña muller só ten traballo ás veces na conserva e temos unha filla. ¿De que comemos? Ou roubo ou veño á praia... e prefiro vir aquí, porque o mar é de todos. E nas confrarías só se entra con enchufe». Cuando uno le dice que la Administración planea tipificar el furtivismo como delito, añade: «Pois andaremos ás hostias».

No les faltan compradores

A pocos metros, trabajan tres chavales. Sus caras dejan claro que aún no han cumplido los treinta. Y sus palabras evidencian que tienen el futuro comprometido. Plantaron los estudios a la edad del pavo, se iniciaron en la construcción y el paro se coló en sus vidas. Así que se echaron a las playas. Y ahí siguen desde hace ya años. Hablan sin tapujos de sus vidas y miserias, de cómo corren a veces delante de la policía y de que no necesitan ir por las casas ni por los restaurantes ofreciendo almeja porque no les faltan compradores -aunque no dan datos concretos-. Al preguntarles por los coqueteos de los furtivos con la violencia y con el miedo que les tienen las mariscadoras, dicen: «¿Pero ti vesnos? Non somos violentos, somos persoas normais que necesitamos cartos, nada máis. Agora, nas praias hai de todo». Es acabar de pronunciar esa frase y, desde el otro lado del arenal, un hombre grita y agita su sacho al ver a una fotógrafa junto a los ilegales: «Se me fas fotos tragas a cámara», dice. Los tres chavales se afanan en poner paz. Menos mal, porque, a vista de pájaro, en el lugar hay, al menos, treinta furtivos.

Dicen estos chavales que ellos en cuanto ven a los agentes o al personal de la cofradía se retiran hasta que el litoral queda despejado. Pero en ese momento, el coche del pósito con un vigilante a bordo pasa al lado y ellos ni se inmutan. «Este non se atreve a dicirnos nada, nin sequera é garda con título», apostillan.

«En dez anos seguiremos aquí»

De todas formas, no es la primera vez que la policía les pilla en faena. Cada uno acumula multas de entre 30.000 y 40.000 euros (alegan que las sumas aumentan a pasos agigantados). Son insolventes. Así que no pagaron un euro. Pero saben que lo tienen negro, porque las deudas no les permiten optar a hacerse mariscadores profesionales ni tener una nómina o una cuenta a su nombre si no quieren que les retengan el dinero. Están fuera del sistema. Al comentárselo, dice uno: «Cando ves as noticias de Pujol, de Urdangarín e de outros, e ves que cada día os xornais traen máis páxinas coa corrupción, dis ti: ¿e logo eu son o que está fora do sistema? Pois vaia sistema.». Luego, los tres, sin titubear, sentencian: «Dentro de dez anos seguiremos aquí».