De la abundancia a la ruina en un solo acto

La Voz

ECONOMÍA

17 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que producir energía con los rayos del sol resultaba de lo más apetecible. Juan González se lanzó a la aventura. Tenía una finca en Campo Lameiro (Pontevedra). Fue al banco y pidió un crédito de 363.000 euros. Tanto dinero para poner en funcionamiento un campo de placas solares, con una potencia instalada de 40 kilovatios que produce al año unos 70.000 kilovatios hora. Vendía todo lo que generaba y solía facturar anualmente entre 37.000 y 38.000 euros. Un salario que para sí muchos quisieran. De ellos tenía que guardar 2.200 euros mensuales para pagar la letra del préstamo, pero, aún así, el sol parecía todo un negocio.

Y llegó ella. La crisis. Y se trajo bajo el brazo no un pan, sino una segadora de dimensiones descomunales, que cortó de cuajo las perspectivas económicas de los productores de energías renovables. La depresión justificó recortes a las retribuciones (primas a la generación), a las horas de funcionamiento de las instalaciones y la imposición de nuevos tributos.

Como consecuencia de todas estas medidas, Juan González ha visto cómo su facturación se quedaba en 31.000 euros anuales. Lo peor es que la gran avalancha de la reforma energética está a punto de llegar: las primas a las renovables desaparecerán sí o sí y, en su lugar, se pagará a los productores una cantidad anual que se determinará en función de la inversión realizada que quede por amortizar, que, según el ministro de Industria, José Manuel Soria, garantizará una «rentabilidad razonable» del 7 % a las instalaciones. Pero Juan no confía mucho en que vaya a ser así y se teme lo peor: que la compensación no dé ni para pagar el crédito.

De momento, ya ha tenido que renegociar con el banco y ampliar el plazo de la devolución del préstamo: ahora tendrá quince años, tres más que cuando lo firmó. De momento, no tiene un plan B. ¿Quizá vender la instalación solar? «Hacer eso sería vender la casa», responde, y ni se lo plantea. Su esperanza es que el recorte que se avecina no sea tan fuerte como parece.

Hay algo bueno en esta historia. Juan no vive del sol, sino que es asalariado de Telefónica.