De Vila de Cruces a Cuzco para ayudar

Rocío Perez Ramos
Rocío Ramos LALÍN / LA VOZ

VILA DE CRUCES

Fernando Santaló Ferro trabaja en Perú en una ONG y pide ayuda para filtros potabilizadores

05 oct 2015 . Actualizado a las 08:29 h.

Combatir la desnutrición con biohuertos y mejorar la salud

y la higiene

La historia de Fernando Santaló Ferro, un joven de 26 años de Merza (Vila de Cruces), es la de muchos de su generación. Como ellos, también cogió las maletas para irse de casa en busca de un empleo. En su caso, lo hizo para ayudar. Es técnico superior en dietética y nutrición y un día buscando en Internet para intentar encontrar una oportunidad relacionada con su campo de estudio se encontró con CEDNA, (Centro para el Desarrollo del Niño y del Adolescente), una ONG con proyectos de salud, higiene y educación financiera. Sus pasos lo llevaron a Perú y a principios de septiembre llegó a Cuzco, una ciudad de medio millón de habitantes situada a 3.500 metros de altitud.

En el último mes, cambió los olores del pan recién hecho de la panadería de su padre y el trabajo del reparto por el rural de la zona de Deza por los olores y las calles de otra realidad muy distinta. Cuenta que «vine por tres meses, pero casi seguro que alargue mi estancia. Aquí tengo la oportunidad de ejercer mi profesión y ayudar a los demás».

Su trabajo, explica «se centra en el tema de la educación alimentaria, y en conseguir agua potable, que es nuestro mayor problema». Indica que «estamos tratando de conseguir filtros potabilizadores, pero tienen un coste de cien dólares americanos, un precio imposible para estas familias y muy elevado para la organización CEDNA». De ahí que su primera petición sea solicitar a todo el que pueda hacer un donativo una ayuda en la cuenta de la ONG con el número 011 200 000100100409 30 BBVA Banco Continental.

Apunta que «Perú es un país que sobre el papel está muy bien, tiene un crecimiento anual este año del 3,5 % lo que nos dificulta las cosas a la hora de conseguir ayudas, pero el crecimiento no es equitativo. La economía crece en manos de una minoría y deja a una gran mayoría en la misma situación en la que estaban de pobreza extrema». Cuenta que «las familias con las que trabajamos tienen un promedio de seis miembros, una madre y un padre (cuando lo hay) y cuatro o cinco niños que viven con 600 soles al mes, unos 160 euros, menos de un euro por persona y día». Señala que «en España las cosas no están bien, pero esta gente no tiene nada, han perdido la esperanza, no creen que haya una salida, solo tratan de vivir un día más». Una de las grandes barreras, apunta, «son de carácter cultural, son personas que apenas saben leer, sin formación, a las que es difícil explicar cómo deben alimentar a sus hijos, los niños están sucios a una escala inimaginable para nosotros, tienen el pelo con calandracas, la malnutrición y la higiene son los principales problemas a combatir y el agua potable es esencial».

Un proyecto para mejorar la vida de cien familias

Santaló trabaja en un grupo que integran diez personas, todos peruanos, excepto él y una psicóloga americana «porque hay gente que va y viene». Su día a día arranca a las 8.30 horas en la oficina en la avenida Ejército, en el distrito de Santiago y acaba unas doce horas después. Un barrio que, «por el día no tiene mucho problema, pero en el que no se me ocurre entrar por la noche», dice. Desde allí van a los distritos de San Sebastián, San Gerónimo o al de Santiago y visitan a las familias con más problemas. Y con historias como la de una chica de 18 años que cuida a sus dos hijos (de ella y su padrastro) y a cuatro hermanos pequeños hacinados en una chabola. Su madre se fue y su padrastro solo aparece esporádicamente algunas noches, apunta.

El trabajo incluye charlas de nutrición a las madres. «El problema no es siempre la extrema delgadez, también se dan casos de niños con aspecto de sobrepeso pero con anemia por que solo toman inka cola (que existe) y palomitas, o como dicen aquí, comida chatarra», cuenta. Les enseñan sobre biohuertos para que puedan disponer de cultivos de subsistencia, salud, higiene o microeconomía. Su mayor satisfacción, resalta, es «ver que veinte familias mejoran su situación». Explica que el proyecto se llama Miski Wawa y trata de mejorar la situación de un centenar de familias y que «el 20 % es satisfacción y el 80 % frustración». Echa de menos «ter alguén con quen falar galego», porque por raro que parezca, afirma, «aínda non me atopei a ningún».