«Na guerra fixen moitas trincheiras, pero saín sen a rascadura dunha silva»

Rocío García Martínez
rocío garcía A ESTRADA / LA VOZ

DEZA

miguel souto

Fue zapador y minador y tuvo la suerte de estar de guardia el día que sus compañeros sufrieron un ataque

07 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Un vaso de vino a la comida y alguna visita a la carpa del pulpeiro los días de feria son los únicos vicios de Jesús Louzao Pena. Este estradense de Lagartóns cumplió ayer un siglo de vida con una salud de hierro y mejor memoria que muchos de cuarenta.

Cuando se le pregunta la receta para llegar a los 100, Jesús mira de reojo y sonríe entre dientes. Seguramente está pensando que la pregunta es un tanto absurda, pero viéndole a él a uno le entran unas ganas terribles de copiarle la receta «Eso non llo podo dicir», contesta él muy correcto. Luego, para no defraudar, intenta buscar hábitos que puedan tener relación con su longevidad bien llevada. «O que nunca tomei foi moito viño. Un vasiño ou dous como moito á comida e á noite nada», explica. «E tampouco son de excesos comendo», añade. «Eu como aquela cousa e por min pode haber o que haxa que eu non como máis», cuenta. «Aí no fondo do Viso había un que comía a cacheira dun porco enteira e tomaba catro litros de viño á comida, pero morreu moi cedo», ejemplifica.

Jesús come siempre sin sal y para él lo más rico del mundo son las carnes con patatas o con fideos que él mismo se prepara. Desde que murió su esposa Carmen en el 2004, Jesús vive solo cumpliendo una rutina que no le molesta nada. Se levanta a las ocho y media de la mañana, le da de comer a las gallinas y prepara el almuerzo. Después de comer pocas veces echa siesta. «Chega ben a noite para durmir», comenta. Por la tarde a veces da un paseo, charla con quienes se acercan a visitarle y mira la tele. «Gústanme o concurso ese de afundirse para abaixo e o das bombonas», intenta explicar. A las diez y media ya suele estar en cama para ponerse a punto para el día siguiente.

«Non fago nada en todo o día» resume Jesús. Lo dice por comparación. Porque hasta los 88 aún conducía su moto y porque a lo largo de su vida ha hecho de todo. Con 20 años lo llamaron a filas y fue ingeniero zapador-minador del ejército franquista. No era por ideología. «Non che quedaba outra. Ou iso ou andar escapado escondéndose por aí», explica. Él fabricó trincheras y nidos de ametralladora «durante 31 meses». Tuvo mucha suerte. «Non tiven nin a rascadura dunha silva», cuenta. «Nós traballabamos de noite e tiven a sorte de que os outros nunca atacaron de noite. Atacaron unha vez, pero ese día eu quedara de garda no campamento. Aquela noite os compañeiros saíron para atrás e caeron por unha pena que estaba cortada e que non viron. Houbo cinco baixas», recuerda.

Tras la guerra estuvo seis años trabajando de cartero. Repartía el correo en nueve parroquias estradenses que recorría en bicicleta. «Dábanme 10 pesetas ó día, pero a bicicleta tiña moito desgaste», explica.

También probó la emigración. «Estiven tres tempadas de albanel en Francia. España estaba moi mal. O aceite estaba racionado, o xabón tamén... Cando marchei, aquí traballando todo o día non gañabas para unha comida e alá en unha hora gañabas para comer todo o día», explica.

«En poucos anos a cousa mellorou», dice. Entonces volvió y montó una constructora que, junto con las labores del campo, le dio para vivir. Aquella empresa la echó a andar con sus hermanos Manuel y Alvarito, que hoy tiene 98 años y también se conserva sin problemas. A lo mejor la receta de los Louzao es pura genética.

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