02 ago 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Cuando veo que alguien juega con los sentimientos de otra persona, siento una repulsión instintiva, casi animal. Aprovecharse del afecto ajeno es siempre cruel. Pero cabe una perversión mayor: utilizar el amor otros, sin corresponderlo, para generar además odio contra terceros. Si se trata de la manipulación del sentimiento de un pueblo, de una nación o, como en este caso, del deportivismo que tantos llevamos en las venas desde nuestra infancia, entonces faltan adjetivos para calificarlo.

Digo esto porque me parecen lógicas las protestas contra Lendoiro, siempre y cuando excluyan la violencia y los insultos bárbaros que el todavía presidente del Deportivo recibió en la medianoche del miércoles. Ciertamente, él hizo lo contrario con los demás: hasta ayer utilizó el deportivismo como una amenaza contra quien se opusiera a sus intereses: ?Algunas personas no podrán salir a la calle?, decía con estas o similares palabras.

Lo hizo con Fran, después de no pagarle, y con un sinfín de personas e instituciones. Para marcar los objetivos a batir, utilizaba, hasta que quebraron, unos medios de comunicación que pertenecían a los socios, siguiendo la fórmula inventada por los altavoces mediáticos del terrorismo para señalar a las víctimas. Cualquier socio recordará, por ejemplo, cómo la Revista del Dépor, durante los últimos once años, dedicaba a menudo la mitad de su paginación a insultar al editor y a los demás profesionales de este periódico, sin reparo para referirse incluso a sus domicilios particulares o vehículos.

Cuando se percibe que alguien se ha aprovechado de tus sentimientos, es comprensible el despecho que degenera en violencia, pero esta no es disculpable. Ni siquiera porque Lendoiro siga alentándola contra otros. En eso radica la diferencia moral.