Iván Raña: «Todo encajaba, era feliz»

antón bruquetas REDACCIÓN / LA VOZ

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Iván Raña se proclama campeón del mundo de triatlón el 9 de noviembre de 2002

23 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay algo en él que recuerda a los grandes genios, a esos pocos y privilegiados seres humanos que no se sabe muy bien dónde encuentran la inspiración para convertir casi todo lo que hacen en algo mágico. Desparraman su talento a borbotones y cuando a Iván Raña (Ordes, 1979) se le enciende la luz, ya sea en la carretera, o en una simple conversación telefónica, es imposible pararlo. Hoy echa la vista atrás a ese momento en el que se apoderó del mundo del triatlón en Cancún, bajo un calor sofocante y la humedad asfixiante que brota del Caribe. «Era como entrenar en altura, no hacía falta pegar latigazos, todos íbamos en modo de supervivencia», rememora.

Pero el primer fotograma que le viene a la cabeza casi quince años después de aquella gesta lo sitúa una semana antes a las puertas del hotel. «Había llegado al aeropuerto con mis padres y la que entonces era mi pareja y cuando nos bajamos del taxi, antes de entrar en el hotel, me di la vuelta y les dije: ‘Espero que tengáis unas buenas vacaciones’». Y ya no lo volvieron a ver hasta que atravesó la línea de meta. «Necesitaba estar concentrado, focalizarme en el objetivo para el que me había preparado desde los 14 años cuando me mudé a Santiago para entrenar con César [Varela] y que sabía que podía convertirse en realidad. Ya el año anterior había quedado cuarto, pero podría haber estado más arriba si no me llego a quedar cortado en la natación».

En Cancún iba a contar con el respaldo de todo el equipo español. «Tuvimos varias reuniones esos días para estudiar los diferentes escenarios de carreras y ver a todos centrados en un único objetivo fue algo muy bonito. Repartí el premio con todos. Aunque por las circunstancias de carrera pienso que habría ganado de todos modos», indica. De hecho, su temporada estaba siendo excepcional. Ya se había proclamado campeón de Europa y a nadie se le escapaba que era uno de los rivales a batir. «Había hecho -relata- una buena base en la piscina al principio del año y luego intensifiqué mi preparación para la bici compitiendo en carreras por Galicia. Eso mismo que ahora hacen los Brownlee y que parece la leche. A mí me llamaban loco. Lo que pasa es que hay muchos entrenadores que necesitan justificar esos cuadritos que hacen y esas planificaciones coloreadas de verde... pero al final de lo que se trata es de dar gas... aunque esta ya es otra historia».

Y empezó el Mundial. Después de los primeros 1.500 metros a nado se encontraba algo rezagado. Se había formado un corte, pero él estaba atrás. «Eneko [Llanos, otro de los componentes de la selección española] se puso a tirar al poco de subirnos a la bici. Pero les dije que estuviesen tranquilos. No quería que nos oliesen la tostada, porque si sabían que tenía a compañeros trabajando para mí, nos iban a dejar todo el peso de la persecución y en pocos kilómetros habríamos reventado». Consiguió enlazar, pero siguieron los ataques, aunque tenía a los favoritos controlados.

«Nos bajamos a correr y Peter Robertson [el australiano había quedado campeón del mundo el año anterior en Édmonton (Canadá)] salió a tope desde el primer metro. Era un circuito de tres vueltas [para un total de diez kilómetros]. Y cuando conseguí llegar hasta él me hizo dos o tres cambios. En el último me soltó. Me sacó unos segundos de ventaja y yo ya empezaba a pensar en asegurar el segundo puesto. Pero entonces me fijé en que cogía agua... y volvía a coger agua... y dije: ‘¡Igual este tío explota!’ Y me centré en sus piernas, en alcanzarlas...». Raña no solo atrapó a Robertson, sino que en la llegada lo aventajó en 26 segundos. «Más que un sueño cumplido recuerdo todo aquello como una época en la que todo encajaba. Estaba bien física y mentalmente. Solo quería entrenar, nadar, salir a correr o dar pedales. Era feliz».