Lo que el aire acondicionado se llevó

DEPORTES

Efe

La gimnasta ourensana Marta Bobo se convirtió en la primera olímpica gallega en Los Ángeles 1984

05 dic 2016 . Actualizado a las 18:24 h.

En Hollywood, el rincón cinematográfico de Los Ángeles, las películas acostumbran tener un final feliz, y el guion de Marta Bobo hasta que llegó el ejercicio de cinta era perfecto: la gimnasia rítmica debutaba como competición oficial en los Juegos Olímpicos de 1984, nunca antes una deportista gallega había acudido a la cita y, además, el boicot de la URSS había elevado a la ourensana al grupo de favoritas al oro. Con apenas 18 años cumplidos cinco meses antes, Marta pisó el tapiz del Pauley Pavilion de la universidad de UCLA como si se tratara de una alfombra mágica. En aquel lugar, a través de ejercicios de noventa segundos, debía plasmar las horas y horas de trabajo que había cosechado desde que su madre, Gene, decidió enviarla junto a sus hermanas -es la segunda de cinco- a un cursillo de gimnasia en el Club 2000 de la capital termal.

El primer día de calificación, el 9 de agosto, todo salió perfecto. Al final de la jornada encabezaba la tabla después de ejecutar los ejercicios de aro y, sobre todo, pelota, su gran especialidad, en la que alcanzó el 9,60. «Durante mi actuación estaba como en otro mundo», declaró entonces a los medios, y lo recuerda ahora para La Voz: «La expectativas en mi caso eran muy altas por el boicot, sabía que me podía colgar una medalla». Sin embargo, una horas después, el júbilo se fundió a negro. Un 8,95 en cinta provocó que le superasen gimnastas que, en otras condiciones, nunca hubiesen estado por delante de ella. En los entrenamientos lo había intuido y a la hora de la verdad se confirmó: el aire acondicionado era su verdadero rival. «No fue un ejercicio con cinta, fue un ejercicio peleándome con la cinta. Se me venía encima, la lanzaba y se perdía la trayectoria para recogerla... El minuto y medio más largo de mi vida, una odisea», rememora. A pesar de solicitar en varias ocasiones que lo apagasen, la organización se negó «por motivos de higiene». No obstante, como la fuerza iba cambiando según el momento, perjudicó más a unas competidoras que a otras.

Marta acabó octava en la calificación y novena en la final, a solo tres décimas del diploma olímpico. Un resultado que, con el paso de los años, se revalorizó. Al igual que la experiencia «maravillosa, interesante y única» que vivió en Los Ángeles y el hecho de haberse convertido en una pionera gallega, la primera olímpica. «En aquel momento no fui consciente, pero con el tiempo me di cuenta de lo que supuso. Estoy muy orgullosa de haber abierto el camino», asegura la ourensana, ilusionada cuando rememora que en las aulas de Inef en A Coruña, donde imparte clase, se cruzó con las dos únicas medallistas de oro de la comunidad, Támara Echegoyen y Sofía Toro.

La gimnasta, por la imagen especial que proyectaba a nivel internacional, continúa siendo recordada por muchas personas que vivieron los Juegos de 1984.