La incansable hélice del océano

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

17 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay personas para quienes un deporte deja de ser una afición para convertirse en una pasión que da sentido a su vida. Este es el caso del ex corresponsal de guerra y periodista de la revista The New Yorker William Finnegan (Nueva York, 1952), quien se inició en su infancia californiana en la práctica del surf y desde entonces no ha dejado de pensar en las olas ni un solo día. Prueba de la presencia ineludible de la tabla en su cotidianidad es que en Años salvajes es imposible separar el surf de cualquier otro aspecto de su existencia. Finnegan ha escrito unas memorias cuya capacidad de evocación, atención al detalle y prosa fluida le han merecido el premio Pulitzer y, más importante, la etiqueta -parece que definitiva- de «el mejor libro de surf que se haya escrito nunca».

Y es cierto que consigue captar el misterio que está en el origen del deporte: la formación de las olas, su kilométrico avance marítimo -en su impecable y poética expresión, la incansable hélice del océano- y esa percepción que los surfistas acaban por interiorizar, la que les permite subirse a la mejor ola en el momento justo. Las interioridades del surf en un período especialmente interesante, la década de los sesenta, están expuestas con fascinación: las diferencias entre los estilos de California y Hawái, donde Finnegan vivió en su niñez; las jerarquías establecidas en el agua, en determinados lugares, frente a otros más relajados; la irrupción de las tablas más cortas, dejando fuera de juego a quienes acababan de invertir todos sus ahorros juveniles en las largas (que destrozaban para luego denunciar un robo y así cobrar el dinero del seguro familiar); y la refutación de tópicos como el que asocia el surf y el verano, cuando Finnegan, como muchos otros, esperan la llegada del invierno y las tormentas que desata.

Junto a esta historia deportiva está también la individual y la colectiva. Años salvajes repasa períodos históricos interesantes, como la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, o el apartheid de Sudáfrica, uno de los muchos países donde Finnegan recala, además de Australia, Indonesia o la isla portuguesa de Madeira. También están sus precisas observaciones sobre la convivencia racial en Hawái o la violencia cotidiana, escolar y familiar, que dominaba la época. Pero sobre todo cabalga esa historia individual, la de alguien que busca su sitio, probando aquí y allá -destaca el retrato vivo de sus años como guardafrenos ferroviario-, hasta acomodarse, un vagabundear con un anclaje constante, el del surf.

William Finnegan.

Traducción de Eduardo Jordá.

Libros del Asteroide.

600 páginas. 26,95 euros.