«¡Cuánto lloró mi pequeniño!»

Paulo Alonso Lois
Paulo Alonso Lois RÍO DE JANEIRO / ENVIADO ESPECIAL

DEPORTES

PAULO ALONSO

Elisa Carballo, la madre de Cristian Toro, se conmueve con el oro y recuerda cuando, con 12 años, se marchó de casa para empezar a entrenar y ya no volver

19 ago 2016 . Actualizado a las 16:22 h.

Uno llora en el podio y otra llora en la grada. Cuando el piragüista de Viveiro Cristian Toro se emociona al mirar la medalla de oro en sus manos, su madre recuerda el desgarro que produjo en la familia su amor por el piragüismo. La marcha de casa de un niño con 12 años, un chaval que ya no volvió a residir con los suyos, saltando de un centro de entrenamientos a otro, se cobró un precio: noches de insomnio y llanto, deseando volver a su dormitorio. Pero también tenía una recompensa. La más grande de todas la recibió ayer, un metal dorado con la diosa griega de la victoria, Niké, en el reverso. El premio a 200 metros maravillosos en la Lagoa de Río de Janeiro a bordo del K2 que forma con el catalán Saúl Craviotto.

«Yo ya estoy llorando ahora». Así amanece el día para Elisa Carballo en la zona de la grada de la Lagoa Rodrigo de Freitas donde se reúnen los familiares y amigos de los piragüistas españoles. Recuerda la marcha a Venezuela, el regreso a Viveiro cuando su hijo Cristian tenía 7 años y una vida de renuncias por el deporte. «Se fue cuando era muy pequeñito», confiesa con un dolor en el alma que se transforma ahora en orgullo.

Era tan bueno y tenía tanta pasión por el piragüismo que Viveiro ya no reunía las condiciones para que siguiese progresando. Así que se marchó al centro de tecnificación creado alrededor del Fluvial de Lugo, el club con el que hoy, convertido en un gigante, sigue compitiendo.

Pero las tardes junto al Miño, la niebla y el frío despertaban en Cristian la melancolía que ayer recordaba su madre. «He llorado todas las noches de mi vida por no estar con él. Cristian nos llamaba de noche, a las tres de la madrugada, para que lo fuésemos a buscar. Así un día tras otro. Y yo siempre le decía que al siguiente iría. Así fuimos tirando». El cuento de las mil y una noches de un futuro campeón olímpico. «¡Cuánto lloró mi pequeniño!», insiste emocionada sobre los recuerdos de su hijo lejos de Viveiro. Primero en Lugo, después en Madrid y ahora en Avilés.

Junto a Elisa, que se casó con un venezolano en Isla Margarita, donde tuvieron a Cristian, se carcome de tensión la novia del piragüista, la periodista Irene Junquera. «Yo ya estoy rezando», confiesa durante las finales que preceden a la regata que cambiará la vida de su pareja.

La prueba decisiva, un suspiro de medio minuto, comienza con Toro y Craviotto por detrás, pero la ilusión en la grada no decae. Mediada la final, se intuye la remontada hacia el oro. Y la madre y la novia del palista se funden en un abrazo interminable.

Cuentan las personas más próximas a Toro que entre su novia, su entrenador, Miguel García, y su compañero en el K2 español, Saúl Craviotto, consiguieron sacar lo mejor de él. El risueño Cristian, una fiera en el agua. «La gente piensa que es muy fácil conseguir una medalla. Yo tenía miedo de que decepcionara, porque a veces se considera que un séptimo u octavo puesto es un fracaso. Así que ahora, con el oro, no tengo palabras para describir lo que siento», explica su novia con la voz entrecortada. Y ante una hilera de periodistas su madre sigue contando lo que sufrió por su hijo. «Son muchos años sin estar con él. Estoy muy contenta y llorosa. Me di cuenta de que ganaba cuando me abrazaron. Estoy deseando ir a verlo».