En busca de otro Aragonés

José M. Fernández PUNTO Y COMA

DEPORTES

29 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En realidad, la transición tranquila era un camelo. La bonhomía de Vicente del Bosque ha sido suficiente como para sortear problemas que con otro técnico hubiera provocado crisis irreversibles. No hay más que pensar lo que podría haber sucedido con su antecesor o con Javier Clemente ante el caso De Gea o tras las declaraciones de Pedro. El talante de Del Bosque ha apagado cualquier incendio e incluso, en su día, fue capaz de atraer a un Luis Aragonés que se sentía maltratado por la federación y al que le agradeció la espectacular herencia que le dejó. La gran virtud del técnico salmantino ha sido no cambiar lo que funciona, seguir los pasos que llevaron a España al triunfo en la Eurocopa del 2008 y aplicar el sentido común. Así conquistó el Mundial y así asombró al mundo con la espectacular final de la Eurocopa del 2012. Incluso amortiguó el mazazo tras el tremendo fiasco del Mundial de Brasil. De la sensatez de Del Bosque no puede brotar otra decisión que no sea el dejar la selección española y dar por finalizada una etapa brillante. Intentar prolongarse en el cargo o aceptar el regalo envenenado de Villar en estos momentos solo contribuiría a la confusión y a manchar una trayectoria ejemplar.

A Vicente el Bosque solo se le puede achacar su quizá excesiva lealtad hacia jugadores que nunca le habían fallado. Confió en un grupo que había empezado muy bien y se quedó sin plan B al primer revés. En realidad, su transición tranquila se ha limitado a darle la alternativa a De Gea, incluir a Nolito en el once titular y jubilar a Fernando Torres. El resto de los deberes o han quedado a medio hacer o han sido decisiones ajenas al propio seleccionador, como el adiós de Xavi y Alonso.

La selección española necesita un cambio, un proyecto cuyo impulso nada tenga que ver con las hipotecas del pasado. En su día, a contracorriente y con la opinión pública de uñas, Luis Aragonés tuvo la personalidad y la decisión de liderar un proyecto único, sin más señas de identidad que las que él mismo intuyó en un grupo de jugones sin demasiada «condición física de base», pero con un inmenso talento. ¿Alguien dispuesto a tomar el mando, con personalidad incluso para explorar nuevas vías o inmolarse en compañía de un presidente ya amortizado? No parece fácil.