Ni rastro de los tres motivos que enterrarán a Rafa Nadal

Paulo Alonso Lois
Paulo Alonso Lois EL TERCER TIEMPO

DEPORTES

El mallorquín logró su título número 49 en tierra, como Guillermo Vilas.
El mallorquín logró su título número 49 en tierra, como Guillermo Vilas. JOSEP LAGO afp

25 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El deporte de élite es una máquina voraz. Aúpa y machaca ídolos con una tramposa velocidad. El análisis roza en ocasiones connotaciones grotescas. Rafa Nadal pasó un 2015 difícil, lejos del tiránico tenista que puso el mundo a sus pies durante una década difícil de repetir. Jamás escurrió la autocrítica. Humilde, reclamó respeto para sus rivales y admitió la falta de confianza en su tenis y la ansiedad por la falta de victorias. Solo pidió que no se le enterrase demasiado pronto. Y el tiempo le ha dado la razón, con la evolución de los últimos meses y, sobre todo, los títulos en Montecarlo y Barcelona (ayer derrotó en la final del Trofeo Conde de Godó a Kei Nishikori por 6-4 y 7-5). A falta de redondear el regreso con un triunfo ante los ojos de Novak Djokovic o el decimoquinto grand slam, recupera su jerarquía. Y de paso respalda al paciente escudo de las críticas, su tío y entrenador, Toni Nadal, cuya cabeza pidieron voces autorizadas del circuito de forma más o menos explícita.

Como todos los mitos del deporte, Nadal vivirá su declive en un futuro más o menos próximo. No ahora, pese a que acaricie los 30 años. Al menos, uno aún no encuentra razones para jubilarlo. Aunque pierda mañana, pasado y el siguiente.

Irrumpió en la élite con 18 años, con un libreto inédito que incluía un físico portentoso, unos golpes de recuperación jamás vistos, unos efectos con los que el circuito no estaba familiarizado y un autocontrol infinito. Aunque desde el principio se intuyó que podía tener una carrera corta, y el primero en reconocerlo fue Toni Nadal, su entrenador, su consejero, su casi todo.

Desde siempre imaginamos tres escenarios para marcar el declive del gigante: un lógico deterioro físico de un cuerpo rotundo que llegaría a estar muy castigado por las lesiones, la irrupción de una nueva generación que llevase el tenis a una frontera que los veteranos no supiesen interpretar o la falta de motivación después de una carrera bañada en éxitos, dinero y exigencias.

Pese a sus casi incomprensibles derrotas del año pasado, ninguno de los tres escenarios llegó a asomar.

Su físico no sufrió especiales achaques en los últimos meses. Más bien pudo entrenar y competir con bastante continuidad. Nada que ver con dos de sus grandes amenazas: el problema de las plantas de los pies que le frustró recién instalado en la cumbre, en el 2005, y las continuas lesiones de rodilla de los años siguientes.

Tampoco ha surgido una generación con un tenis inabordable. Más bien al contrario, la escasez de relevo en la nobleza del circuito alcanza cotas jamás vistas.

Y su lenguaje corporal y la determinación con la que planteó sus ansias de mejora, incluso cuando no tenía apenas resultados de mérito para creer, alejan la idea de que la motivación le haya abandonado.

No estaba acabado. Ninguno de los tres síntomas había en realidad aparecido. Y ahora se demuestra.

Pero que nadie espere al Nadal imbatible de los veintipocos. El conocimiento por parte de los contrarios de su patrón de juego y la pérdida progresiva de su capacidad de intimidación le complicarán. Pero su tenis mantiene su vigencia. Y los triunfos llaman a más triunfos.

Un día la luz de Nadal se apagará de verdad, cuando tenga más ganas de irse a pescar al Mediterráneo que de competir, cuando lo saquen casi en camilla de una pista de tenis por las lesiones, o cuando el tenis evolucione hacia recursos con los que no está familiarizada su generación. Mientras tanto, sin razones que anticipen un colapso, se debe disfrutarlo. Respeto.