Pablo Laso y la magia de los Sergios

Manuel García Reigosa
M. G. REIGOSA A CORUÑA / LA VOZ

DEPORTES

Paco Rodríguez

La arriesgada apuesta del entrenador por los dos bases cuando llegó al banquillo blanco triunfa

22 feb 2016 . Actualizado a las 16:48 h.

Cuando Pablo Laso cogió las riendas del Real Madrid, el equipo venía de una etapa oscura, de muchos tumbos y pocos éxitos. Hasta el laureado Messina pasó con poca fortuna por el banquillo merengue. A diferencia de lo que sucede con el equipo de fútbol, el club apostó por una idea y un modelo que ha ido retocando año a año, sin cuestionar en ningún caso la esencia de un baloncesto alegre, de vocación ofensiva, de campo abierto para el talento. Sin perder de vista el orden táctico.

Y una de las primeras decisiones de Pablo Laso fue poner el volante del equipo en manos de los Sergios, Rodríguez y Llull. El primero venía de unas temporadas en las que parecía haber perdido la fantasía y la identidad. Del segundo había un debate permanente sobre si era escolta o base. Había mucho de atrevimiento en aquella apuesta, de osadía. Quizás le ayudó el hecho de haber sido uno de los mejores pasadores de la historia de la ACB antes de convertirse en entrenador. Hoy son dos piedras angulares del equipo blanco, los encargados de gobernar los partidos, a veces juntos sobre la pista, a veces con uno de ellos tomando resuello.

Sergio Llull ha aprendido con los años a administrar su extraordinario poderío físico y leer los partidos. Puede anotar como el que más, y puede tener mejor o peor día en el tiro. Pero cada vez domina mejor el escenario y sabe buscar el pase letal, sobre todo cada vez que rompe por el callejón del centro en busca del aro. Las más de las veces acaba dejando el balón en la red o encontrando al compañero mejor colocado, aprovechando las ayudas que tratan de cerrarle el paso. Ante el Baskonia, en semifinales, lució en dirección y puntos. En la final apenas anotó. Pero dirigió. Y tiene un plus del que muy pocos pueden hacer gala: a medida que pasan los minutos, lejos de cansarse parece coger fuerza. Y cuando el partido entra en la recta final, suele ser el más fresco.

Sergio Rodríguez es el complemento, el maestro del bote, el mago de los espacios, del que siempre cabe esperar el envío que solo ve él. Lo saben bien los pívots, los grandes beneficiarios de ese talento interpretativo. Y, cada vez más, es un jugador que añade a sus dotes de dirección una mayor capacidad de anotación.

Pablo Laso cumple un lustro en un banquillo que antes era una silla eléctrica para cada inquilino que se acercaba. Es el lustro más exitoso en la historia blanca del baloncesto moderno, con el hito de la pasada campaña, en la que conquistó todos los títulos en liza. Ahora acaba de añadir la tercera Copa del Rey consecutiva, algo que no había conseguido nadie en la era ACB. Y en esos logros siempre aparecen los Sergios en vanguardia.

A pesar de lo que dicen los números, quizás algún día se disipen las voces que dicen que el Real Madrid gana a pesar de Laso. Y quizás su mayor éxito sea la capacidad para atraer público, en su cancha y en las que visita.