Galicia abona la mística en la Vuelta

a. bruquetas REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

Marcos Rodríguez

San Andrés de Teixido se une a O Ézaro como otro final para hacer historia

09 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Incluso los días de verano en los que el sol se desploma con más fuerza sobre el Atlántico, allí arriba llega a hacer frío. Una niebla perenne envuelve a San Andrés de Teixido, ese pequeño pueblo entre Cedeira y Ortigueira enclavado en los acantilados más altos del viejo continente. Y ese manto y la certeza popular de que todos en algún momento acabaremos visitándolo -«vai de morto o que non foi de vivo», reza el dicho- lo convierten en un lugar mágico, destinado a quedar impregnado en la retina de todos los aficionados al ciclismo que verán cómo su estrecha carretera que besa el borde del mar casi desde el cielo se convertirán en agosto en final de la Vuelta a España.

San Andrés de Teixido, que se une a O Ézaro en esa nómina de llegadas en alto desde las que poder contemplar el océano hasta que se pierde por el horizonte, es una de las grandes novedades del recorrido de la ronda española que se presenta esta tarde (13.00 horas) en el Palacio de Congresos de Santiago de Compostela, donde, entre otros, hablará Mikel Landa, tercero en el Giro del 2015 y ganador de la etapa reina de la pasada edición de la Vuelta. En el rutómetro de la carrera, Galicia recupera el protagonismo. Hasta siete etapas transcurren por la comunidad. Desde la primera, una contrarreloj de 28 kilómetros que arranca en el Balneario de Laias para concluir en el Parque Naútico de Castrelo do Miño; hasta la séptima que parte de Maceda para entrar en Castilla por la provincia de Zamora, de hecho acaba en Puebla de Sanabria.

El retorno del mirador

Tal vez, además de la San Andrés, la etapa más atractiva volverá a ser la del mirador de O Ézaro, que retorna al trazado después de dos años de ausencia. Sus rampas de más del 20%, sobre, en su zona más escarpada, un firme de cemento, la convierten en un auténtico desafío incluso para los ciclistas profesionales. Los equipos llegan a modificar los desarrollos de las bicicletas para que los deportistas puedan sobrepasar al meta sin echar pie a tierra. Pura dinamita.

La carrera entrará en Francia, donde los corredores se enfrentarán al Aubisque

La organización de la Vuelta a España ha vuelto a recurrir al formato que tan buenos resultados le ha dado en el pasado reciente. Jornadas cortas y con numerosos finales en alto, a menudo, cortos y explosivos. Es una tendencia que había inaugurado el Angliru y que ha ido encontrando sus réplicas por todos los puntos de la península ibérica. En este sentido, este año está previsto que se sume Mas de la Cosa, en el municipio castellonense de Lucena del Cid. Se trata de un muro de apenas cuatro kilómetros, con una pendiente media del 12,4% y repechos de hasta el 22%.

Al margen de estos nuevos descubrimientos, la Vuelta pisará de nuevo algunas de las cumbres que ya forman parte de la memoria colectiva del ciclismo. Entre ellas, los Lagos de Covadonga o el Aubisque francés, donde terminará la etapa reina, la llamada a marcar las diferencias entre los favoritos. Allí, en el corazón de los Pirineos, el Tour vio ganar en 1985 a Stephen Roche mientras Bernard Hinault portaba el maillot amarillo.

Menos desplazamientos

Pero si en algo han puesto el foco los organizadores de la Vuelta este año, ha sido en minimizar los desplazamientos al término de cada etapa. Prácticamente irán encadenadas. Solo desde el alto de Aitana, en Alicante, final de la penúltima etapa, a las Rozas, arranque de la última y que termina en Madrid, hay 400 kilómetros. Será el único atracón, pero con la carrera seguramente sentenciada.